La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Abraham

La historia del patriarca Abraham está narrada en el libro del Génesis.

Abraham salió de la ciudad de Ur en la que vivía, guiado por la voz de Dios, con el fin de encontrar una nueva tierra para su descendencia. Delante de él había un camino obligado a lo largo del río Éufrates, desde el noroeste hasta Turquía, en la frontera con Anatolia. Un recorrido de casi mil kilómetros, hasta el centro de caravanas de Jarán. Mil kilómetros a pie con enseres y ganado. Tras la muerte de su padre Teraj, Abraham reanudó el viaje dirigiéndose hacia la tierra de Canaán, al sur, durante otros 650 km. Posteriormente, una grave carestía empujó a la tribu de Abraham más hacia el sur, hasta Egipto, probablemente a lo largo de la ruta del Sur. A su retorno de Egipto, Abraham y su gente se establecieron en Betel, donde nacieron sus hijos Ismael e Isaac.

El nombre de Abraham es interpretado por los autores bíblicos como “padre sublime” y/o “padre de todos los pueblos”. Su tribu pertenecía, probablemente, a una estirpe de seminómadas emigrantes; algunos estudiosos creen que podría tratarse de un grupo semita llamado Habiru, del cual podría derivar el nombre de “hebreos”.

Ángel

Espíritu celestial, mensajero de Dios. La palabra española deriva del latín angelus , transcripción de la palabra griega angelos que significa anunciador, mensajero. Éste fue el término utilizado por las personas encargadas de traducir la Biblia del hebreo al griego, “los Setenta”, para expresar la palabra hebrea mal’ak.

Los ángeles, como mensajeros de Dios entre los hombres, aparecen ya en las narraciones más antiguas de la tradición bíblica; hablan en nombre de Dios y realizan, por cuenta suya, acciones maravillosas.

Apóstol

Desde el inicio de su predicación, Jesús compartió la misión del anuncio y salvación con sus apóstoles. Eran hombres elegidos directamente por él; doce elegidos con el deber de difundir en el mundo la palabra de Dios, constituidos como fundamento y servicio de la nueva comunidad de fe. Eran doce como las tribus de Israel, llamados con la palabra griega apostoleo, que significa “enviados”.

El primero es Simón, a quien Jesús llamó Pedro, y después Andrés, su hermano. También los hijos de Zebedeo, Santiago y  Juan. Siguen Felipe y Bartolomé; Tomás, llamado Didimo; Mateo, el Publicano; Santiago de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo o el Zelotes, y Judas Iscariote, quien lo traicionó.

Árbol

El jardín del Edén estaba lleno de árboles simbólicos de virtudes misteriosas. Entre éstos destacaban dos árboles excepcionales: el Árbol de la vida y el Árbol de la Ciencia del bien y del mal.

El primer árbol era símbolo de la inmortalidad: quien comía sus frutos no moría. De hecho, cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, no pudieron comer más frutos de ese árbol, pues Dios puso como guardián a un querubín armado con una espada llameante, de modo que se convirtieron en mortales. Durante el tiempo que Adán y Eva vivieron en el paraíso terrenal sin comer el fruto del Árbol del conocimiento del bien y del mal, eran felices y estaban llenos de alegría: no tenían necesidad de vestidos, ni de trabajar, eran inmortales, sin dolores ni enfermedades. Pero cuando comieron de dicho fruto, supieron distinguir el bien del mal: se dieron cuenta de que estaban desnudos, se avergonzaron y se cubrieron con hojas y ramas. Comer los frutos de este árbol significaba, por lo tanto, adquirir un conocimiento que sigue a los deseos del hombre, pero no tiene en cuenta las leyes de Dios y lleva al descubrimiento del mal.

Arca

La  Biblia es muy concreta en describirnos el medio con el cual Noé salvó a su familia y a los animales: el arca, palabra que traduce la hebrea Tebàh, que significa cajón o caja. Ésta había sido construida con madera de ciprés, laborada y unida con resina natural. Medía 150 metros de largo, 25 de ancho y 15 de altura; estaba cubierto, constaba de tres pisos y tenía una puerta lateral.

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