La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbolismo David y Salomón

De acuerdo con las ideas de Hugo de San Víctor, Betsabé calza los zapatos rojos de la paloma, lo que constituye una referencia a la primavera de la iglesia, tiempo en que corrió mucha sangre de los márti­res. Además, viste un manto violeta penitencial y se sienta en una tela de color amarillo dorado que pretende recor­darnos el esplendor de la recompensa final en el cielo. En la mano sostiene una esfera blanca que se envuelve alrededor de un asta, lo cual nos induce a suponer que está hilando.

En la Concordia, Betsabé es considerada una alegoría de la orden benedictina; David, del papa, y Urías, marido de Betsabé, del monje. La comunidad monástica, o sea Betsa­bé, se purificaba mediante la oración y las lágrimas de arrepentimiento, llamando la atención de David. Por esto los papas, representantes de Cristo, dirigían su mirada hacia esta mujer, que se lavaba, deseando ardorosamente su belleza. Gioacchino da Fiore empieza su explicación alegórica con el poco edificante episodio descrito en el Se­gundo libro de los Reyes. Debemos decir que cuando el Papa se sienta en su trono de la Sixtina y mira hacia a lo alto y a la derecha, tiene ante sus ojos la luneta de David y Betsabé. Puede que el papa Julio II se preguntara por qué razón Miguel Ángel la representó como una mujer an­ciana en lugar de en su juvenil belleza. Seguramente de­bieron de hacerse esta misma pregunta no pocos de los teólogos de la época a quienes estaba permitido participar en una solemne liturgia papal. Pero aquellos que conocían la Concordia de Gioacchino debieron de comprender de inmediato la alusión. En efecto, en este personaje no se re­presenta a Betsabé, sino a la ya vetusta orden de los bene­dictinos. Alguno de dichos teólogos debió de recordar los demás detalles de los que Gioacchino se sirvió al inter­pretar, de acuerdo con su método particular, esta historia adulterina narrada en el Antiguo Testamento.

Gioacchino interpreta así el hecho de que David tuviera un hijo de Betsabé: los papas se sirvieron muy pronto de los miembros de la orden benedictina a los que nombra­ron obispos y cardenales. Este hecho, peligroso para la vida monástica, indujo a los papas a someter nuevamente a los miembros de la orden a la quietud de la oración. Así es como Gioacchino interpreta la orden de David que ale­jó a Urías del campamento militar para que fuera a su casa a pasar la noche con su esposa. Gioacchino lamenta la negativa de Urías, al que ve como un monje que, a pesar de estar destinado a la quietud de la oración y el silencio, prefiere el servicio militar del clérigo que combate con las palabras por la causa de Dios. Como ya es sabido, a David no le quedó más remedio que mandar la epístola fatal al comandante del ejército por medio del mismo Urías. Pero ¿qué se dice al respecto en la Concordia?

Urías, abandonado en medio de la batalla, muere. Según la interpretación, muchos monjes, debido a sus privile­gios y excesiva dedicación a las tareas eclesiásticas y ocu­paciones mundanas, desatendieron por completo el don de la contemplación de las cosas del cielo. Ahora esta­mos en condiciones de comprender por qué en el fresco el pequeño Salomón lleva una carta en una bandeja y por qué se nos muestra a una Betsabé entrada en años hilan­do. Pero esta carta no alude únicamente a la misiva de Urías, sino también a los privilegios eclesiásticos. Y Betsabé, si bien personifica a la comunidad monástica de los bene­dictinos, no se dedica a la vida contemplativa, sino a la vida activa. Se halla sentada delante de la figura masculina re­presentada mientras escribe en la luneta anterior. Ambos forman una pareja. En este contexto, que sólo ahora inter­pretamos con claridad, podemos identificar a esta última figura masculina como Elías, pues, según Gioacchino, con Elías se produce la initatio del ordo monachorum, y con Be­nito la fructificatio. Y por ello, en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel nos presenta al profeta Elías y a la personificación de la orden benedictina mediante estas dos figuras, senta­das una frente a la otra, como si fueran una pareja, como la initatio y la fructificatio del ordo monachorum. De todas formas, la figura que escribe también podría ser el rey Da­vid redactando la carta concerniente a Urías.

Como ya hemos dicho, de acuerdo con el sistema de Gioacchino, a la fructificatio sigue la consumatio, que sólo se alcanza en el ordo coniugatorum. A través de Cristo, la cruz y la resurrección, se ha consumado el verdadero ma­trimonio con la Iglesia, su esposa. En la Concordia, por el contrario, la consumatio del ordo clericorum y del ordo monachorum sólo se realizará en el futuro. Gioacchino se atie­ne siempre al triple esquema: el ordo coniugatorum designa al Padre; el ordo clericorum, al Hijo, y el ordo mo­nachorum, al Espíritu Santo; asimismo, la initatio indica al Padre; la fructificatio, al Hijo, y la consumatio, al Espíri­tu Santo. Ya hemos tenido oportunidad de ver que este triple esquema se aplica también al programa general de la bóveda de la Sixtina y que el misterio de la Trinidad es tra­ído a la memoria del observador mediante las representa­ciones de los antepasados de Cristo.

Los zapatos de Betsabé son de color rojo, clara referencia a la primavera de la Iglesia, durante cuyo curso se alcanza la santidad por medio del martirio. Ello nos induce a re­cordar la descripción e interpretación de las patas de la paloma por parte de Hugo de San Víctor. Oscuro, en la penumbra de la penitencia, el vestido violeta penitencial envuelve las piernas cruzadas de la mujer. En la parte del pecho, la vestimenta se ciñe con una faja verde, mientras que las mangas de la blusa resplandecen de un color azul celeste muy claro. En efecto, Hugo observó el reflejo blan­co azulado de las alas de la paloma. Betsabé se sienta so­bre un paño de color amarillo dorado, o sea, sobre la promesa de la futura beatitud, y su cabeza se adorna con un tocado gris plateado que significa la elocuencia. El azul celeste de la blusa está descolorido y la madre del rey se halla dedicada por completo a su actividad de hilandera. Ahora bien, todo esto se corresponde de una forma muy precisa con la interpretación alegórica del abad calabrés a la que ya nos hemos referido. Confirmado por privilegios papales, el ordo monachorum corre el peligro de verse ab­sorbido por el apostolado, de perder el don de la con­templación y, en consecuencia, su frescura juvenil.

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