La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbolismo Esther y Mardoqueo

Tal como se interpreta en la Concordia, la historia de Ester ayuda a explicar importantes detalles que encontramos en los cuatro frescos de las trompas. En efecto, la historia de Ester pintada por Miguel Ángel en la bóveda de la Ca­pilla Sixtina sigue, incluso en sus más mínimos de­talles, las páginas correspondientes del libro del abad calabrés. El fresco de la trompa se encuentra entre los profetas Jeremías y Jonás, en diagonal, por lo tanto, con el de Judit.

Para Gioacchino, todos los personajes que aparecen en la historia de Ester deben interpretarse alegóricamente de acuerdo con la concepción expuesta en la Concordia, es decir, de acuerdo con la analogía existente entre el Anti­guo Testamento y la época iniciada con la encarnación de Jesucristo. Por consiguiente, el rey Asuero es Cristo, y Es­ter, su esposa y reina, es la Iglesia romana, que fue condu­cida a Cristo por Mardoqueo, o sea Pedro, después de que éste la recibió y la hizo crecer. Amán es el hijo de la perdición, el anticristo del que se habla en la Segunda Epístola a los Tesalonicenses (2 Ts 2, 3), que durante cier­to tiempo someterá a Mardoqueo, o sea el Papa, y por lo tanto el representante de Cristo, a una dura prueba, hasta el momento en que este hijo de Satanás sea sometido a un justo juicio.

Aún estamos esperando el tiempo de la prueba, que según Gioacchino deberá ocurrir en el futuro. Si tenemos en cuenta que para Miguel Ángel y sus contemporáneos estas predicciones eran de gran actualidad, comprenderemos por qué en el fresco de la trompa pintó con tanto detalle la historia de Ester. En el centro no figura, como casi siempre ocurre, el episodio donde la reina, a pesar de co­rrer el riesgo de ser condenada, le pide al rey Asuero que interceda a favor de su pueblo, amenazado de muerte, sino que, por el contrario, el centro de la escena lo ocupa el castigo de Amán, hijo de la perdición. Nunca, en toda la historia del arte, se ha resumido tan bien como en este fresco de Miguel Ángel todo un libro de las Sagradas Es­crituras, lo que nos demuestra la insustituible capacidad de síntesis del arte figurativo.

Para comprender el fresco de la trompa, interpretado sis­temáticamente de manera errónea, es muy importante te­ner en cuenta la pared divisoria que, abierta por una puerta, divide la pintura en dos zonas. A la izquierda figu­ra una vista exterior y a la derecha un espacio interior, donde el joven vestido de amarillo dorado no puede ser otro que Mardoqueo, guardián de la puerta. Detrás de él vemos a una figura femenina acurrucada, vestida de blan­co y rojo. Se trata de Ester, a la cual Mardoqueo señala el lecho del rey Asuero. Gracias a Gioacchino conocemos el significado de los distintos personajes: Ester es la Iglesia romana, Mardoqueo es Pedro y Asuero es Cristo.

Los valores cromáticos concuerdan con gran precisión. La esposa viste de rojo, color del amor, mientras que su hom­brillo es blanco, color que designa la fe. Va ceñida por una faja verde, la esperanza, y se ha quitado el manto gris os­curo oliváceo en recuerdo de la cruz de Amán. Con esta elección cromática es posible que se pretenda aludir al pa­sado pagano y pecaminoso de Roma en tiempos anteriores a la entrega de esta ciudad, Iglesia-esposa, a Asuero-Cristo por parte de Mardoqueo-Pedro, que viste el color ama­rillo dorado de la santidad. A la faja verde empleada como ceñidor corresponde la capa verde de Asuero. Esta con­cordancia cromática de la esperanza constituye una refe­rencia a la esperanza celestial. Las mangas de Ester no son plateadas por casualidad, sino porque la Iglesia romana se sirve de la elocuencia para anunciar el Evangelio. Asuero, tendiendo la mano derecha, traza una línea que sigue una dirección opuesta a la indicada por el brazo de Mardoqueo, que señala al crucificado Amán. Detrás de la cama vemos al vigilante de la puerta acompañado por Es­ter y otras dos figuras oscuras que salen de la cámara nup­cial y se alejan hacia la izquierda. Se nos ofrece también la noche en que, como se nos dice en el sexto ca­pítulo del libro de Ester, el rey Asuero, no consiguiendo conciliar el sueño, mandó a Mardoqueo que le leyera los anales del reino. Fue en esta ocasión cuando el rey pudo recordar la valía de Mardoqueo, consignada en los anales, pues fue él quien descubrió la conjura de los dos eunucos Gabata y Tarra contra el rey.

Según Gioacchino, el hecho de descubrir la conjura de los eunucos es una imagen de la fe en Dios por parte de los papas romanos y también de que «ellos no pudieron so­portar a los herejes». Todo ello consignado en los anales «para que a Pedro, representante del tiempo no bueno, se le conceda un tiempo favorable como compensa­ción», de acuerdo con sus méritos. Y como se dice en el salmo 77 (78) y piensa también Gioacchino, el Señor des­pertó del sueño como un guerrero vencido por el vino (Sal 77 [78], 65). «Entonces Asuero, que escuchó con manse­dumbre los ruegos de su esposa, desahogó su ira, porque Jesucristo, que soportará el mal durante cierto tiempo, inducido por los ruegos de sus elegidos, revelará clara­mente las señales de su juicio. Además, por orden del rey, Amán ha sido finalmente crucificado en una cruz muy alta, que él había dispuesto para Mardoqueo». La pintu­ra de Miguel Ángel ilustra con toda precisión este pasaje de la Concordia sobre el que sin duda meditó profunda­mente antes de concebir y ejecutar la obra.

Durante el banquete descrito en el séptimo capítulo del libro de Ester, la reina descubrió la conjura que Amán, presente en dicha ocasión, había urdido contra el pueblo hebreo, obteniendo lo que siempre había pedido «puesto que la Iglesia se entrega con todas sus fuerzas a las obras de piedad y llama al Señor a su lado por medio de la ob­servancia de los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo». Durante el banquete, Amán aún lleva la vesti­dura amarilla del discernimiento, la misma que encontramos en la escena principal, inserta entre la madera de la cruz y su cuerpo desnudo y doliente; es de un color ama­rillo anaranjado, como son, según la iconografía cromática de Hugo de San Víctor, los ojos de las tórtolas.

Como en el fresco de Judit,  Miguel Ángel divi­dió la pintura en dos partes iguales. Esta opción podría deberse a una profunda me­ditación sobre los textos de la Concordia, ya que en la Es­crituras un rey contesta por dos veces a los ruegos de una mujer con las siguientes palabras: «… aunque fuese la mi­tad de mi reino, yo te lo daría». Se trata del rey Asuero en el libro de Ester (Est 5,3) y del rey Herodes en el Evange­lio de Marcos (Me 6,23). La cabeza del Bautista que Salo­mé lleva sobre su cabeza en un plato se convertirá en Amán crucificado, y la figura de Salomé será la de Ester, en una relación antitética pensada para que recorra en dia­gonal toda la bóveda de la Sixtina.

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