La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

El Purgatorio

(o Los condenados son arrojados al Infierno)

purgatorio 1

 “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
Mt 13, 41-42

Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno, que preparó mi Padre para el diablo y para sus ángeles”.

(Mateo 25, 41)

La interpretación de este grupo da lugar a diferentes teorías. Si bien tradicionalmente se tiende a considerarla como una representación de los siete pecados capitales cuyas personificaciones son arrastradas por los demonios al infierno, nuevas interpretaciones -que suscribimos- ven en ellas una imagen del Purgatorio.

Aunque Miguel Ángel usara en esta ocasión un modelo por entonces familiar para la representación de los vicios, creó una vez más una polaridad plena de tensión entre dos subgrupos. A la izquierda, un alma solitaria y pensativa cae a plomo hacia el Infierno por el simple peso de una serpiente verde que le mordisquea el muslo y dos espantosos demonios. El diablo de la garra sangrienta que se aferra a sus piernas señala el destino de su presa -las llamas del Infierno, en la parte inferior derecha- mediante la inclinación de su cabeza contrahecha, con la lengua fuera y las orejas de asno. Su infernal compañero, que cuelga como un saco del pie derecho del ánima, no es sino una monstruosa parodia del garboso ángel suspendido de la basa de la columna en el luneto de encima, al que mira con la boca abierta y los ojos desorbitados. La víctima -encogida sobre sí como si se abrazara, tapándose el ojo con la mano izquierda que soporta también la barbilla- adopta la clásica pose del pensador tan repetida por los seguidores de Miguel Ángel; pero lo desgarbado de su postura -ni de pie ni sentada-, la mueca estupefacta y torturada de su rostro, la expresión aterrada de su ojo derecho que mira fijamente sin ver, no transmiten sino profunda angustia. Esta figura sigue siendo una de las imágenes más llamativas de Miguel Ángel.

En su desarrollo del motivo de los Condenados de Signorelli en Orvieto, Miguel Ángel conecta visualmente al “pensador” y al grupo de condenados de la parte inferior del fresco mediante la figura de un demonio con cuernos y patas ferinas que, justo debajo del anterior y ligeramente desplazado hacia la izquierda, carga sobre sus espaldas a otro condenado con las posaderas en alto. Al igual que el “pensador”, esta otra ánima no ofrece resistencia a su destino; la posición de sus brazos y manos subraya esa laxitud: el brazo izquierdo le cruza el pecho hasta descansar la mano sobre el hombro contrario, mientras su otro brazo, en jarras, se apoya desganado en la cintura.

Condenados 05Miguel Ángel quizá pretendía mostrar mediante la pasividad de estas dos figuras pecados de omisión, esto es, falta de fe, de obediencia o responsabilidad moral por abstención. En todo caso, el grupo en su conjunto es un contrapeso visual y teológico de la ascensión de los elegidos de la V mayor que, aunque también pasivos y dependientes, son elevados por la gracia divina a causa de su predisposición al bien.

Los que caen a la derecha, en cambio, se resisten a su destino y desobedecen la voluntad divina mediante la comisión de pecados, entre los que se individualizan, como veremos, los de avaricia y lujuria. Estos condenados contrastan con los bienaventurados del grupo de la V pequeña, que colaboran de forma activa con la gracia mediante la penitencia, la contrición y la oración. Aunque era tradicional mostrar a las almas juzgadas padeciendo en el Infierno por vicios concretos, el genio de Miguel Ángel estriba en haber transformado el género medieval de la psicomaquia -la lucha entre vicios y virtudes- en una turbamulta de ángeles y pecadores convirtiéndola en una escena del Juicio Final.

En la parte superior derecha, una escuadra de ángeles pugilistas envueltos en mantos de múltiples colores se bate con los réprobos, ayudando así a los mártires en la tarea de aislar la banda de los bienaventurados que se sitúa encima. Un pecador desnudo y de espaldas se arrodilla en una nube a la izquierda, todo su peso vencido sobre la pierna derecha flexionada, y lanza sus brazos en diagonal hacia arriba. Sobre él, en una diagonal paralela, un ángel de ropajes verdes, del que vemos en pronunciado escorzo las plantas y los cuartos traseros, frustra el intento ascensional del pecador; arrojando en su gesto una sombra sobre la espalda de su adversario, el ángel, con su mano derecha amenazante levantada, se dispone a descargar el golpe.

A su derecha, formando una diagonal opuesta, otro ángel frontal, vestido en tonos dorados e inundado de luz, levanta el puño y aporrea las posaderas de un pecador que, en posición más bien vulnerable, patalea y se protege la cabeza amortajada con los brazos en un acto reflejo; de su cuello y hombros, sujetas por un cordón rojo, cuelgan una bolsa de oro -sin duda llena de monedas- y dos llaves de hierro que mantienen presumiblemente a buen recaudo los cofres de sus tesoros, señal cierta todo ello de avaricia. El demonio en sombra de tez oscura que se aferra a su cuello magnifica aún más la carga de su pecado; su postura, con la pierna derecha levantada y la izquierda extendida, es una variación de la del desnudo que asciende de espaldas a la izquierda, pero al carecer del punto de apoyo en la nube de aquél sugiere más bien una caída a plomo.

Aún más a la derecha, un poderoso desnudo insurgente de espaldas, con todos los músculos de su cuerpo alabeado en tensión por el esfuerzo, pende por su brazo derecho del hombro de un ángel con manto verde y, con su mano izquierda, intenta en vano protegerse del vendaval de patadas, golpes y empujones que le propina su angélico oponente. Otro ángel escorzado y vestido de rojo, cuya respuesta al divino mandato evidencia la alineación de su vuelo en picado con la mano alzada de Cristo, refuerza la acción de su agresivo compañero.

Condenados 11Dos demonios bajo el ángel de rojo y a la derecha del avaro -uno de ellos mirando ceñudo en dirección a Cristo- responden asimismo al poder divino y, con sus brazos extendidos, dirigen hacia las llamas del Infierno a un ánima envuelta en su sudario, cuyas manos entrelazadas sobre la cabeza indican arrepentimiento y remordimientos.

En el extremo superior derecho, un ángel de azul lavanda abate a un condenado que, boca abajo, doblado por la mitad sobre el brazo izquierdo del ángel, con las posaderas envueltas en alto, se asoma entre sus propias piernas con gesto mortificado, la boca contraída en un aullido y los ojos desorbitados. Dos afligidos situados debajo de él, asolados por el terror, amplifican y se hacen eco de la consternación de su compañero.

La más destacada de estas dos figuras se muerde el puño para ahogar su sufrimiento mientras se lleva la mano derecha, crispada por el dolor, a las posaderas en busca de la fuente de su agonía: un tremendo tirón de los testículos propinado por un demonio suspendido en el aire. El responsable de su tormento cuelga en ángulo agudo del escroto del pecador, arrastrándole a las llamas infernales con todo el peso de su cuerpo rojizo y compacto; hacia ellas mira con fijeza su cabeza encendida y cornuda. Si la penitencia es proporcional al pecado, como era creencia común, Miguel Ángel seguramente pretendió personificar a la lujuria en esta infortunada ánima.

Por encima de la calva llameante del diablo que se columpia en los testículos del lujurioso, otra cabeza se asoma al abismo. Su apariencia de retrato ha llevado a algún estudioso a sugerir, probablemente con acierto, que se trata de la efigie de Biagio da Cesena (1463-1544), el maestro de ceremonias de Pablo III al que, según el relato de Vasari, Miguel Ángel condenó al infierno pictórico por sus objeciones a los desnudos de la escena. Estaríamos entonces ante uno de los testimonios más tempranos de la crítica contrarreformista que llevaría a cubrir con taparrabos una cantidad importante de desnudos.

Obsérvese que Miguel Ángel, del mismo modo que para los ángeles se había limitado a la representación de una humanidad superior sin los atributos tradicionales, para los demonios escoge también unas figuras no particularmente monstruosas sino, más bien, una humanidad reducida a su forma más bestial.

·Simbolismo

·Galería

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