Simbolismo del profeta Jonás
Ya desde los lejanos tiempos de Vasari, este profeta, que huye de Dios y se niega a cumplir el encargo que le ha hecho, ha despertado la admiración de quienes le observan, y ello debido a la perspectiva de su escorzo. Pero lo que realmente quería expresar Miguel Ángel con esta figura ha caído en el olvido. Una vez más, será Gioacchino da Fiore quien nos ayudará a comprender esta composición, pues en una de las primeras páginas de la introducción a la Concordia recuerda al lector la suerte sufrida por Jonás citando un pasaje del salmo 139 (138): «¿Adonde podría ir para estar lejos de tu espíritu, adonde huir de tu presencia?» para proseguir aludiendo a la historia de Jonás: «Si huimos a Tarsis, topamos con un obstáculo a lo largo del camino y una impetuosa tempestad se vuelve contra nosotros. Si nos entregamos a las olas, nos hundimos en el limo de la profundidad, y el monstruo marino ya está a punto de acudir para devorar la presa». El profeta, girándose hacia atrás, mira a lo alto, hacia la bóveda, en dirección al punto exacto donde Miguel Ángel representó al Dios Creador separando la luz de las tinieblas. Al moverse, la cabeza del profeta casi parece chocar contra el falso relieve marmóreo donde un muchacho danza con una muchacha a la que tiene cogida por la cintura. Enseguida viene a la mente el pasaje del Cantar de los Cantares donde se dice: «Vuélvete, vuélvete, Sulamita, vuélvete, vuélvete; queremos admirarte. ¿Qué admiráis en la Sulamita durante el baile a dos bandas?» (Ct 7, 1) En la Vulgata, en lugar de la palabra «vuélvete» encontramos un término que recuerda el «retorno»: «Revertere, revertere, Sulamitis, revertere, revertere, ut intueamur te» (Ct Vulg 6,12).
Al fondo, en el centro de la pared-respaldo del trono, vemos una figura infantil, detrás de la cual se agita un manto violeta purpúreo por encima de sus hombros desnudos, que mira hacia el profeta mientras levanta la mano izquierda como si se dispusiera a formular un juramento. Jonás se aleja de Dios todo lo que puede, pero se ve obligado a elevar la mirada hacia el Creador, que vemos en el acto de separar la luz de las tinieblas en el firmamento. La otra figura, con una vestidura color azafrán del discernimiento espiritual, que en la dimensión filosófica y psicológica representa la voluntad, se halla aferrada al cuerpo del gran pez. La cabeza de Jonás recuerda la de Adán en el panel de la bóveda donde se representa la Creación del hombre. El profeta aparece en el acto de hablar excitadamente con Dios Creador. Detrás se ve una planta de ricino, cuyas hojas más externas están marchitándose, doblándose hacia la figura infantil del fondo, que en el terreno de la interpretación psicológica representa a la memoria, mientras que en el de la interpretación teológica simboliza el silencio del Hijo de Dios durante los tres días de permanencia en el sepulcro, antes de la Resurrección. Los tres días transcurridos por Jonás en el vientre del monstruo marino se convierten entonces en una realidad, en una «señal» para «esta generación perversa y adúltera» (Mt 12, 39).
La pintura de Jonás constituye el grandioso acorde final del conjunto de los frescos pintados en la bóveda de la Sixtina. En ella se evocan las tres virtudes teologales: la almilla es blanca como la fe, el corpiño tiende al verde, color de la esperanza, y el paño tendido encima del asiento de mármol se transforma en el rojo del amor. Mientras dialoga con Dios, el profeta mueve los dedos; ciertamente no para efectuar un gesto apotropaico -el «de los cuernos»-, como se ha sugerido recientemente, sino para contar e indicar precisamente el número tres, los tres días y tres noches que el profeta permaneció en el vientre del monstruo marino. Si el ademán de los dedos expresara realmente un gesto de conjuro, la magia aprotopaica estaría dirigida contra Mardoqueo y Ester, representados en el fresco contiguo. En este caso se trataría de un acto malévolo contra el Papa, pues, como ya hemos tenido ocasión de exponer en la segunda parte de esta serie de ensayos, Mardoqueo según Gioacchino da Fiore, simboliza al papa, y Ester, la Iglesia romana.
Las piernas desnudas de Jonás, colgando del asiento de mármol, recuerdan, entre otras cosas, el cadáver decapitado de Holofernes que Miguel Ángel representó en una de las dos trompas triangulares de la puerta de entrada. En el fresco de Jonás se repiten muchos detalles de la bóveda de la Sixtina, y no sólo el de las piernas que se resisten a cumplir la voluntad de Dios. Efectivamente, en la bóveda se encuentra repetido varias veces -en el fresco del Diluvio universal, en la representación de la Creación de Eva y en el panel del Pecado original- el detalle de un árbol o una planta que al crecer se dobla de izquierda a derecha. Incluso los cabellos de la figura aferrada al pez recuerdan a la mujer ceñida por el brazo de Dios en la Creación de Adán.