Simbolismo de la Sibila Líbica
Así como Pérsica representa Asia, la última sibila encarna al continente africano. Las tres restantes, Délfica, Eritrea y Cumana, pertenecen a la cultura mediterránea de procedencia griega. Sin embargo, estos conceptos no ejercieron ninguna influencia en la creación artística, y sólo pueden deducirse del programa basándose en la elección de los nombres de las sibilas, pues la idea fundamental expresada en las imágenes siempre concierne a la relación esposo-esposa. Aquí, las muchachas y los muchachos del falso relieve marmóreo exhiben el tema nupcial con un movimiento extremadamente audaz: el del muchacho que introduce la rodilla entre los muslos de ella. También el trono, recubierto con un tejido verde adamascado, recuerda un tálamo. El damasco verde recubría los asientos de los cardenales durante las funciones religiosas solemnes, especialmente durante los concilios. Como ocurre siempre que una figura femenina simboliza a la Iglesia como esposa, también esta sibila lleva una corona de cabellos trenzados y se cubre la cabeza y la frente con un pañuelo brillante como la plata. En otros tiempos, Líbica miraba hacia el retablo de altar de la Inmaculada, prototipo de la esposa.
Su figura y sus vestimentas nos traen claramente a la memoria el versículo del salmo 68 en la versión de la Vulgata (Sal Vulg 67, 14). Israel, el pueblo de Dios, es la paloma con las plumas teñidas de plata («pennae columbae deargentatae») y el dorso de oro resplandeciente («et posteriora dorsi eius in pallore auri»). Signorelli, en su fresco de la «replicatio» de la Ley escrita por parte de Moisés, representó esta paloma del salmo como esposa cubierta por un manto dorado. Asimismo, esta representación se remonta a la interpretación del salmo contenida en el De bestiis et aliis rebus, obra atribuida a Hugo de San Víctor. La primera representación de la paloma en una figura femenina de Miguel Ángel es la esposa que aparece en el gajo dedicado a la familia de Zorobabel, uno de los antepasados de Jesús.
El borde del vestido de la Líbica está adornado con un orillo plateado que brilla con reflejos dorados en la parte donde recubre sus «posteriora dorsi», mientras que en las rodillas podemos ver el forro rojo, color del amor. La almilla de color violeta claro recuerda la penitencia. La manera de coger, con los brazos tendidos, el libro abierto apoyado en el respaldo, sosteniéndolo por ambos lados, recuerda el aleteo de un ave. La encuadernación del libro es verde, así como el paño adamascado que cubre el trono, y detrás del libro hay un tintero de plata y una pluma. Basándonos en el texto atribuido a Hugo de San Víctor, el color plateado indica la elocuencia, el arte oratoria del predicador. Y según el mismo texto, el oro alude a la gloria futura, a la promesa del cielo. Debemos recordar una vez más que, debido precisamente a este motivo, Moisés, en los frescos de la época de Sixto IV, siempre se representa con la vestimenta dorada. A la gloria futura se refiere su manto verde, que ahora, tras la restauración de los frescos dedicados a Moisés, ha adquirido la misma tonalidad verde del paño adamascado del trono y de la encuadernación del libro.
Los dos niños que acompañan a la Líbica se encuentran a la altura del asiento del trono. Una vez más, Miguel Ángel se propuso establecer un nexo entre el nivel psicológico y el teológico. El muchacho que vemos a la izquierda, algo atrás, junto a los pies de los niños de mármol fingido, se halla cubierto por un manto real color púrpura, y real es también el cetro dorado que sostiene en su mano derecha. Estos detalles no aluden solamente a la memoria, sino también a la primera persona, el Padre, de la Trinidad. El segundo joven, que lleva un rollo debajo del brazo izquierdo, dirige la mirada hacia el anterior y representa tanto al intelecto, que procede de la memoria, como al Hijo, que procede del Padre. Parece que desde el pecho hacia abajo estuviera envuelto por fajas, y con la mano derecha señala a la sibila, como si pretendiera decir al Padre: es mi esposa, la esposa de la Palabra.
El muchacho que representa al Padre tiene la boca abierta. Pronuncia la Palabra, que es el Hijo. Y la boca del segundo muchacho se encuentra tan cerca de la del otro, que parece recordarnos una verdad teológica, el soplo del Espíritu, que procede del Padre y del Hijo.