Simbolismo de El Diluvio Universal
El primero de los grandes sectores de la bóveda representa la salvación del género humano por medio del Arca de Noé. También aquí Miguel Ángel procede de acuerdo con los múltiples sentidos de las Escrituras. Siguiendo literalmente la narración del Libro del Génesis, nos muestra el arca flotando en las aguas del diluvio, que todavía no han alcanzado la cima más alta, por lo que algunos supervivientes todavía esperan salvarse y sobrevivir. En efecto, en primer plano se divisa a hombres, mujeres y niños ascendiendo con sus pertenencias a la cumbre de una montaña. En segundo plano, a la derecha, se encuentra una segunda cumbre rocosa y redondeada, transformada en un islote, allí se halla una vivienda cubierta por una cortina, donde algunos intentan refugiarse de las aguas que cada vez llegan más arriba. Además, vemos una pequeña nave hacia la que numerosas personas se dirigen nadando para subir a ella, con peligro de hacerla volcar. Otros intentan trepar al arca por la parte exterior empleando una escalera.
Si bien a primera vista se diría que esta variedad de escenas fue fruto de la fantasía del artista, bastantes indicios nos llevan a pensar que Miguel Ángel conocía los demás sentidos de las Escrituras. Nos referimos especialmente a la Intelligentia spiritualis expuesta por Gioacchino da Fiore. Para empezar, compararemos de nuevo las pinturas con los capítulos sexto y séptimo del Génesis.
Según el Génesis, el arca tenía tres pisos (Gn 6, 16). Si aceptamos, de acuerdo con Miguel Ángel, que el piso inferior del arca flotante quedaba por debajo del nivel del agua, el detalle de los dos pisos que emergen de la superficie concuerda con el relato bíblico. Naturalmente, el pintor no reproduce con exactitud las dimensiones, en especial los trescientos codos de longitud del arca. Tampoco pinta la lluvia que cesó una vez superados en quince codos las cumbres más altas (Gn 7, 19s). Pero tanto en el movimiento de los cabellos y de las capas se advierte ese viento que determinó el final del diluvio (Gn 8, 1), que duró ciento cincuenta días (Gn 7, 24). Encima del arca puede verse una paloma blanca y, si se tiene buena vista, varias aves esbozadas en color marrón que vuelan hacia el arca. Noé, asomado a una ventana, señala con el brazo izquierdo un amasijo de nubes. Es probable que Miguel Ángel pensara en los versículos 8-11 del capítulo octavo, en los que se dice que Noé, al ver que el arca ya se apoyaba en el suelo y las aguas bajaban, mandó salir en primer lugar un cuervo y después varias veces una paloma para que exploraran la tierra tras el diluvio.
En el fresco de Miguel Ángel, el diluvio todavía no ha terminado, más bien parece que esté en pleno desarrollo, pues no todos los hombres que se encuentran fuera del arca han perecido bajo las aguas. El pintor repartió estas figuras en cuatro grupos distintos, presentó a determinadas personas luchando con las aguas, mientras que otras parecen haber conseguido guarecerse en un lugar seguro. De esta manera atribuye a la representación no sólo un sentido literal, sino también un sentido espiritual.
Antes de referirnos a los textos medievales que ven en el Arca de Noé y en el Diluvio Universal a la Iglesia, que flota sobre las aguas de las tentaciones y las persecuciones, nos orientaremos sirviéndonos de la interpretación de los colores aprendida de Hugo de San Víctor. Así, veremos, por ejemplo, que el amarillo azafrán, que simboliza el discernimiento espiritual, es el color de la vestimenta de las figuras femeninas, que tanta importancia tienen en el fresco. En el extremo izquierdo de la pintura, donde un asno asoma la cabeza, hay una mujer, de pie, que lleva una vestimenta de color amarillo azafrán. Sobre el asno se sientan un hombre barbudo y un niño que ciñe el pelo de esta mujer con una faja de color gris azulado. Encima de la parte estrecha del arca que sobresale de las aguas, y a la que intentan encaramarse algunas figuras desnudas, se encuentra otra figura femenina vestida de color azafrán, con la cabeza y la cara cubierta por un velo blanco, como si no quisiera ver el pánico desencadenado por la marea cada vez más alta. Asimismo, en el islote rocoso, que se encuentra en el extremo derecho del panel, podemos reconocer una vez más, debajo de la tienda violeta, a una mujer que se envuelve en un manto de color azafrán oscuro y se cubre un ojo con un velo asido por la mano derecha. También viste de color azafrán una de las dos figuras que se hallan detrás de la tienda, en el extremo derecho, mirando asustadas las olas.
El hecho de «abrirse uno de los ojos constituye un detalle importante, repetido, en el extremo derecho del fresco, por el niño vestido de verde que vemos detrás de la figura femenina. Esta última, sentada en primer plano, se encuentra prácticamente desnuda y muestra con descaro los pechos. Un manto azul, ceñido alrededor del vientre, forma una capucha sobre su cabeza y la envuelve por completo. El azul del manto suele representar la contemplaron de las cosas celestiales, pero esta mujer dirige su mirada a la tierra, y con sus dos pechos turgentes podría muy bien representar la personificación de la sabiduría terrestre. Su hijo, que le tapa un ojo y viste de verde, constituye una llamada a la esperanza terrenal (la esperanza que se pone solamente en las cosas terrenas), interpretación con la que concuerda perfectamente el detalle del ojo tapado. Pero para comprender todo esto debemos remitirnos a Egidio de Viterbo, el gran teólogo agustino contemporáneo de Miguel Ángel.
En sus Sententiae ad mentem Platonis dice que Homero llamó impío al cíclope, que simplemente tenía un ojo «porque, orgulloso de tener un solo ojo, no poseía ningún instrumento para reconocer las cosas divinas, y este único ojo no tenía otra luz que la procedente de la capacidad visual de los sentidos» Por lo tanto, aquellos que cierran un ojo, solamente miran las cosas terrenales, como hacía el cíclope impío. Esta es, sustancialmente, la situación común a todos los reunidos en el islote rocoso que aparece a la derecha del fresco, pues miran aterrorizados la marea que sube cada vez más, y quienes elevan la vista hacia lo alto sólo pueden contemplar el tejido violáceo de la tienda y no tienen la posibilidad de ver el cielo azul. También el niño vestido de verde al que vemos en el extremo izquierdo de la pintura tiene, como hemos dicho, un ojo cerrado. Así pues, este niño representa la esperanza en las cosas terrenas; una esperanza destinada a naufragar con el diluvio.
En la Glossa ordinaria, el comentario de las Escrituras más difundido en tiempos de Miguel Ángel, podemos leer, a propósito del texto del Génesis (Gn 5, 18-21), inmediatamente anterior a la narración del diluvio, que los impíos, al contrario de cuanto hacía el justo Enoc, centran sus esperanzas en la vida presente y se secan, ya que están lejos del amor por la herencia que no se marchita. En la isla rocosa que aparece a la derecha del panel vemos a una mujer joven vestida de verde que ha dejado sobre el borde del llano rocoso a un joven desnudo, desmayado o posiblemente muerto, cuyo brazo izquierdo ciñe los hombros de la mujer. Estas dos figuras, estrechamente unidas entre sí y no demasiado conseguidas desde un punto de vista técnico, fueron realizadas en el verano de 1508, durante el primer día de trabajo dedicado al fresco del Diluvio y probablemente de toda la bóveda de la Sixtina. La figura vestida del color de la esperanza dirige la mirada hacia las olas, que casi le llegan a los pies, en el lugar exacto donde, en el extremo derecho del fresco, un nadador desnudo se aferra a las raíces de un árbol caído y eleva la mirada hacia la mujer vestida de verde. Encontramos aquí una precisa transposición en imágenes del texto de la Glossa ordinaria anteriormente citado.
Miguel Ángel emplea por tercera vez el color verde de la esperanza en una de las figuras masculinas que intenta subir al arca sirviéndose de una escalera. Este hombre viste una camisa verde demasiado corta para cubrir la desnudez de sus nalgas y piernas, lo que probablemente significa que la esperanza en la salvación no es suficiente para los hombres y las mujeres que desde el exterior intentan escapar del diluvio refugiándose en el arca.
El color verde no aparece en el grupo de personas que se encuentran en la pequeña barca que hay en el centro del panel, sin timón, sin remos y a punto de hundirse debido a la violenta pelea entablada entre sus ocupantes y un intruso, y al empujón de un nadador que se aferra para subir. Para ellos, nos dice el fresco, no hay la menor esperanza de salvación.
¿Qué significado puede tener la distribución intencionada de los personajes en cuatro lugares y grupos distintos? Las personas que vemos a la izquierda, en primer plano, subiendo a lo más alto de la cumbre, no parecen estar asustadas por el diluvio, a excepción de la mujer llevada en hombros por su marido, como si de un bulto se tratara, que mira angustiada hacia la derecha, donde se encuentra el islote rocoso, que es más bajo. En la cumbre la gente se subdivide en tres nuevos grupos formados por las dos figuras a las que ya hemos identificado como personificaciones del saber y la esperanza terrenales, las tres figuras que aparecen junto al asno, y las que rodean el árbol sin hojas, cuyo tronco y ramas se inclinan hacia el arca.
El significado de estos últimos personajes es fácil de determinar. El primero, que se dispone a subir al árbol, lleva una capa verde azulado agitada por el viento. Recordemos que el verde es símbolo de la esperanza y que el azul expresa la contemplación celestial. La mujer que está subiendo al árbol mira en dirección a una pareja que se gira hacia ella, abrazándose. El hombre lleva una capa rojo violácea echada sobre los hombros, mientras que la mujer tiene una venda blanca alrededor de la cabeza y se sienta sobre una tela blanca. Con los colores blanco y rojo siempre se pretende simbolizar el amor y la fe. Si interpretamos literalmente a este grupo de tres personas descubriremos que expresa lo siguiente: la fe, que se une al amor dispuesto a la penitencia (color rojo violáceo), mira hacia la esperanza contemplativa (color verde azulado), que se aferra al tronco sin ramas, símbolo de la Cruz.
A estas tres personas se les añade una madre con dos niños; una figura que en el lenguaje artístico es la personificación del amor. Su manto verde, con reflejos rojos en la sombra de sus pliegues, se agita a causa del viento. Esta figura materna lleva los característicos cabellos trenzados de las mujeres casadas y un pañuelo azul celeste en la trenza que nos remite a la contemplación celestial. ¿Acaso Miguel Ángel pretendió decirnos que también ellos serían alcanzados por las aguas del diluvio? Probablemente no, pues en esta ocasión ya no se trata del sentido literal de la narración bíblica, sino del sentido figurado.
En sus Allegoriae in Vetus Testamentum, el teólogo Hugo de San Víctor, cuyo pensamiento, como hemos visto en varias ocasiones, ejerció gran influencia en las frescos de la Capilla Sixtina, afirma que el Diluvio Universal simboliza los desórdenes, la inestabilidad y las persecuciones del tiempo presente. Noé representa a Cristo o a una autoridad eclesiástica que, dentro de sus posibilidades, construye el arca, o sea la Iglesia, para que tanto ella como sus hijos, es decir, aquellos que se le someten, puedan encontrar la salvación. El teólogo explica minuciosamente todos los detalles del arca; nos dice, por ejemplo, que la brea utilizada para impermeabilizarla es símbolo del amor.
Sus diversos compartimientos (mansiunculae) simbolizan a los diversos maestros y diversos méritos de aquellos que viven rectamente dentro de la Iglesia. El hecho de que el arca se halle subdividida en tres pisos (tricamerata) recuerda que la Iglesia está constituida por tres clases de personas: los casados, los célibes y las vírgenes, a cada una de las cuales se atribuye una localización distinta, según sus nombres y sus obras. La división del arca en dos planos (bicamerata) se refiere, por el contrario, a la división existente entre las personas que llevan una vida activa, las cuales se encuentran en el piso inferior y están destinadas a actuar en el mundo, y las de vida contemplativa, que ocupan el piso superior y cuya mirada se dirige al cielo. El arca tiene trescientos codos de longitud; un valor que recuerda las tres épocas -antes de la Ley, bajo la Ley, y bajo la Gracia- y el misterio de la Trinidad. Los treinta codos de altura simbolizan las tres virtudes principales: fe, esperanza y caridad.
Este pasaje de la obra de Hugo de San Víctor aclara el significado de muchos detalles presentes en la representación del monte que figura a la izquierda, en primer plano. Reconocemos a las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, en los colores de los mantos de las figuras. La caridad aparece representada por segunda vez como una madre con dos niños. El grupo de personas que suben a la montaña está formado por una familia -el padre joven, con una gran sartén, la madre, con una mesa, enseres domésticos sobre la cabeza y dando la mano al hijo-, un eclesiástico calvo situado entre el padre y la madre, y una monja con un velo blanco.
La cumbre del monte representa la plenitud del tiempo de la Iglesia que, según Pablo, se encuentra bajo la Gracia. Entre las personas que se encaraman al monte vemos un rostro medio escondido que, con su larga barba y cabellera escasa, remite al modelo iconográfico de san Pablo. Esta figura mira hacia lo alto y a la derecha y viste de color verde esperanza. Por lo tanto, los hombres y mujeres que se encuentran en lo alto de este monte representan a los distintos miembros de la Iglesia que viven en el tiempo sub gratia. Pero aún no se han salvado todos, algo expresado claramente por la personificación de la sabiduría terrenal y sobre todo por su hijo, la esperanza terrenal, que se tapa un ojo y mira tristemente al observador con el derecho. En efecto, la salvación sólo se alcanza aferrándose con firmeza al árbol desnudo de la Cruz.
Ahora ya podemos pasar a interpretar el grupo con el asno, situado en el borde izquierdo del panel. Se trata en este caso del Padre celestial con su Hijo, representado como un niño, que se une en matrimonio con su esposa, la Iglesia. El asno simboliza con frecuencia el cuerpo humano, aquel cuerpo que el hijo ha tomado en su encarnación. El niño mira al observador y le sigue con la vista hasta cualquier punto de la capilla, como diciéndole: he hecho esto por ti, perteneces a la Iglesia que he tomado por esposa con mi encarnación.
La mesa que la madre porta en la cabeza encuentra su explicación en el pasaje relativo al Gn 6, 14 de la Glossa ordinaria. Según Isidoro de Sevilla, en este pasaje se nos dice que el arca se construyó con trozos de madera cortados con forma cúbica. De la misma forma, la Iglesia está constituida por santos, cuya vida bien fortalecida se halla dispuesta para cualquier obra buena, así como una madera escuadrada se afirma bien por cualquiera de sus lados. Sólo ahora se comprende el detalle de la mesa que la madre lleva en la cabeza, dejando ver perfectamente sus cuatro patas, y cuya solidez contrasta con la inestabilidad de la pequeña barca que vemos en segundo plano a punto de volcar. En el arca representada por Miguel Ángel volvemos a encontrar la forma cúbica todavía con más fuerza.
De acuerdo con el significado alegórico de las Escrituras, las personas que vemos en primer plano, reunidas en la cumbre de la montaña, simbolizan a los miembros de la Iglesia en el tiempo de la Gracia. ¿Cómo deben interpretarse entonces los otros tres grupos de figuras, a saber, los que han penetrado en el arca desde el exterior y se han salvado, los que se encuentran en la pequeña barca que está a punto de naufragar y los que se hallan en el islote rocoso? Probablemente todos pertenecen al tiempo antes de la Gracia (ante legem). La figura considerada como Pablo, mira hacia el islote rocoso y, con más exactitud, hacia el lugar donde un hombre anciano, completamente desnudo, que sostiene el cadáver de otro hombre, sube los tres peldaños de piedra que conducen hacia la angosta cima de la isla. El cuerpo del muerto pertenece a un hombre mucho más joven que quien lo sostiene. Podemos considerar este grupo como una representación del Padre con su Hijo muerto, recordando todo el conjunto la llamada Not-Gottes, en la que Dios padre presenta a la humanidad a su Hijo muerto. Además, otro hombre todavía más anciano, con una larga barba, y que, entre otras cosas, se encuentra en posición especular respecto a la figura del profeta Zacarías y recuerda al retrato del papa Julio II, tiende su mano derecha hacia los dos, o sea hacia el Padre y el Hijo muerto. Delante de él hay una mujer algo más joven pero también de edad avanzada, que tiende los brazos hacia el Padre con el Hijo muerto. ¿Quiénes son estos dos ancianos que tienden los brazos de una forma tan apasionada? El hombre viste la pecaminosa mezcla de los colores verde y amarillo, mientras que la mujer viste el azul de la contemplación y una faja blanca le ciñe la cabeza por encima del cabello. Podrían ser Adán y Eva, la primera pareja humana, envejecida después del pecado original.
De ser cierta esta interpretación, resulta fácil reconocer a los otros tres personajes desnudos y más jóvenes que acompañan a sus progenitores. El mayor de los tres, al que vemos acurrucado en primer plano, apoyado en un pequeño barril, sería Caín, el primer hijo de Adán y Eva. Si miramos el fresco de cerca, veremos la «señal de Caín» con que Dios le distinguió para que nadie pudiera matarle (Gn 4,15).
A la derecha, al lado de Caín vemos a su hermano Abel, asesinado, al que, por haber muerto, se le dobla la cabeza. Su brazo sin vida rodea los hombros de la mujer joven, vestida de verde, a la que nos hemos referido. En el centro, detrás de la mujer en la que hemos reconocido a Eva, y detrás de las figuras interpretadas como Caín y Abel, se encuentra el más joven del grupo, que también está desnudo. Se trata seguramente de Set, que mira pensativo a su hermano Abel.
Podría objetarse que la primera familia humana no tiene nada que ver con el diluvio, pero para entenderlo puede servimos de ayuda un texto del Venerable Beda. En el primer libro de su Hexaemeron dice expresamente que toda la descendencia de Caín pereció en el Diluvio Universal. Por lo tanto, podemos pensar que las personas reunidas en el islote rocoso representan a aquellos que a raíz del pecado original cometido por sus progenitores necesitan la Redención mediante la muerte de Jesucristo en la cruz. Pertenecen, pues, a la época anterior a la Ley (ante legem), y algunos de ellos, en primer lugar los progenitores, se salvarán del infierno por obra de Cristo.
No les ocurre lo mismo a los que vemos en el centro del fresco mientras intentan salvarse en una pequeña barca. Casi todas las figuras se hallan desnudas. Únicamente la mujer que con un garrote golpea sin piedad a un intruso que intenta subir a la barca lleva en la cabeza un pañuelo blanco agrisado que remite al color plateado de la elocuencia. Una segunda figura femenina, que se echa hacia atrás para intentar devolver el equilibrio a la barca, a punto de volcar, viste, por el contrario, el color rojo del amor. Pero sus esfuerzos son inútiles, pues un hombre que se acercó nadando se agarra a la barca que, inclinada bajo su peso, deja entrar agua por encima de su borde y la inunda. El amor, por sí solo, no consigue salvar a la humanidad del diluvio si cada uno piensa únicamente en su propia supervivencia. Es muy probable que el grupo que vemos en la barca represente a aquellas personas que, abandonadas a su propio instinto, no tienen ninguna esperanza; éste tal vez sea el motivo por el que ninguna de ellas lleva un pequeño trozo de tela verde. También falta por completo el amarillo azafrán del discernimiento espiritual. Es probable que jamás se haya representado tan eficazmente en una pintura la idea de que fuera del arca de la Iglesia no existe salvación. A estas gentes les faltan por completo tanto la fe como la esperanza.
Tampoco carecen de fe aquellas personas que intentan salvarse encaramándose al arca desde el exterior. Como ya hemos visto, una de estas figuras viste el color amarillo azafrán del discernimiento espiritual, pero el pañuelo blanco en la cabeza, que simboliza la fe, cubre su rostro por completo, por lo que esta mujer no puede ver nada. Esta figura parece representar la fe ciega y no iluminada de aquellas personas que no se salvarán al no encontrar la entrada del arca.
La tentativa desesperada del grupo de tres personas que recurren a una escalera para subir al arca y salvarse está destinada al fracaso. La figura femenina, casi completamente desnuda, que sostiene la escalera, lleva en la cabeza el pañuelo rojo del amor. Un hombre con un mechón rubio agitado por el viento, que viste un jubón verde demasiado corto y una capa roja, coloca la escalera con mucho cuidado. Otra figura, probablemente un hombre, intenta apuntalar la escalera con los brazos tendidos pero manteniéndose a cierta distancia por temor a que vuelque. También este hombre está desnudo, y sólo se cubre con una tela gris claro, que revolotea, echada sobre los hombros. El color gris claro recuerda el plateado de la elocuencia.
Pero sus intentos para entrar en el arca resultan inútiles, pues, sin que ellos lo vean, se les acerca por la derecha un hombre desnudo que levanta una pala con la intención de matarles. Aunque la pala pueda evocar al primer homicida, el agricultor Caín, aquí se hace una referencia a la muerte. A aquel que en el último día no se encuentre a bordo del arca protectora le sorprenderá la muerte, y cualquier tentativa para ayudarse los unos a los otros resultará inútil. El detalle de los hombres y las mujeres que se acercan al arca para intentar salvarse constituye, en realidad, una referencia al final de la historia, de la que el diluvio universal constituye una imagen.
En el fresco del Diluvio Universal de Miguel Ángel se representan diversas épocas: el tiempo anterior a la Ley, representado por las gentes que se encuentran en el islote rocoso; el tiempo de la Gracia, es decir, de la Iglesia, cuyos miembros se encaraman a lo más alto del monte coronado por el árbol desnudo que simboliza la esperanza; el tiempo ajeno a la Gracia, que en su continuidad inestable no conoce ninguna ley que pueda iluminarlo, y es atrozmente representado por las personas de la barca que, al ser demasiado pequeña, constituye una trampa mortal para los pasajeros que pelean entre sí; y el fin de los tiempos como muerte de todo ser humano.
Otra hipótesis afirma que los cuatro grupos representarían una división en cuatro categorías distintas de personas: los paganos, que no han oído la palabra de Dios; los hebreos, que la han oído pero no la han seguido; los herejes, que no la quieren oír, y, finalmente, los cristianos hipócritas y falsos. Sin embargo, nuestro preciso análisis de los colores y el significado de las distintas figuras no nos permite aceptar esta interpretación. Podría ser que quien concertó el programa con Miguel Ángel tomara y modulara adecuadamente la idea de los cuatro grupos partiendo de la Postilla del franciscano Nicola de Lyra, erudito en las Sagradas Escrituras.
Quería indicar a aquellos que de una forma espiritual se encuentran en el arca, o sea en la Iglesia, salvándose por ello del diluvio del juicio final. En las mujeres y los hombres de la barca podemos reconocer a los paganos que no han escuchado la Palabra de Dios. A través de los que lograron salvarse en el borde estrecho del arca acaso se propusiera presentar a los herejes, mientras que los otros dos grupos no pueden identificarse como los restantes grupos del fresco. Las personas del islote rocoso no encarnan a los hebreos que no siguen la Palabra de Dios, y tampoco son cristianos falsos e hipócritas los que vemos en lo alto del monte en primer plano a la izquierda, sino los miembros de la Iglesia en general, los cuales no se salvan mirando hacia abajo -como hace la personificación de la sabiduría terrenal- o cerrando un ojo -como también hace la esperanza terrenal- sino que se salvan aferrándose al árbol sin hojas, es decir, a la Cruz que les concede el Espíritu Santo. La mujer de pechos prominentes, que vemos en primer plano a la izquierda, tal vez sea una representación de la Sinagoga, la cual, aunque se haya echado el manto azul de la contemplación sobre la cabeza, dirige su mirada hacia la tierra, como también en la tierra está sentada, junto a la cepa de un árbol talado. Desde el punto de vista formal, esta mujer es la antítesis de la que vemos de pie junto al asno y con la que se desposa el niño, es decir, el Hijo de Dios. Esta mujer es por lo tanto la Iglesia, motivo por el que la otra sólo puede representar a la Sinagoga. Como ya hemos visto, su hijo simboliza la esperanza terrena, su único ojo destapado sólo es capaz de ver las cosas sensibles, pues su madre, la Sinagoga, no ha reconocido a su esposo, es decir, al Mesías.
Arriba, en lo más alto del arca, hallan cabida los nidos de las aves. En la tercera ventana del arca vemos una paloma blanca, con las alas abiertas, parecida a la que desciende sobre el Señor en el Bautismo de Jesús de Perugino. Según el texto ya citado de Hugo de San Víctor, las aves, entre las cuales hay algunas que planean sobre lo alto del arca, simbolizan las almas contemplativas, que incapaces de hallar refugio en la tierra siempre regresan al arca, es decir, a la Iglesia como lugar de reposo. Desgraciadamente, el detalle de las aves que regresan al arca resulta muy difícil de ver si se mira la bóveda de la capilla desde el suelo, pues la distancia que separa el suelo de la parte más alta de la bóveda es de veinte metros y setenta centímetros.
Como hemos repetido con frecuencia, el Diluvio Universal es el primer fresco que Miguel Ángel pintó en la capilla. Esto significa que para poder representar los cuerpos humanos con la perspectiva necesaria, dentro de una ilusoria y diversificada profundidad, tuvo que adaptar las dimensiones de las figuras a la percepción de los espectadores que las miran desde abajo. Más tarde, al representar el espacio vacío de los otros frescos de la capilla renunció a semejantes efectos de profundidad.
En este fresco falta un ave que desempeñó un importante papel en el episodio del diluvio, el cuervo al que Noé hizo salir del arca y ya no regresó. Acaso Miguel Ángel lo pintara posado en una rama del árbol que en el islote rocoso tiende sus ramas hacia la derecha, pero cuyas ramas de la izquierda se perdieron, junto con buena parte del cielo, en la explosión de 1797.