La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

El Concepto de «Cielo»

 

Uno de los conceptos de origen bíblico más importantes es el del «cielo», que, según Pietro Galatino, «contiene muchos misterios, tal como exige la variedad de las Escrituras». Recordemos que ni Miguel Ángel ni sus contemporáneos se refirieron al techo de la Capilla Sixtina con la palabra bóveda, como hacemos nosotros actualmente; ellos siempre emplearon el concepto “cielo raso”.

Aplicando la doctrina de los múltiples sentidos de la Escritura, Pietro Galatino dis­tingue dos forma de interpretación de la Escritura referentes al concepto cielo:

· El sentido anagògico, que induce a la elevación, distingue entre la Iglesia triunfante de los santos y la Iglesia mili­tante, que encontraría correspondencia en la palabra «cie­lo», interpretada a la luz del sentido alegórico de la Escritura.

· El sentido tropològico o moral: «cielo» significa la Sagrada Escritura, debido al hecho de que «mediante la reflexión ésta se vuelve hacia sí misma».

Para los teólogos de la segunda mitad del siglo XVI, y antes para Pietro Galatino, en la palabra «cielo» se ocultan muchos misterios. En la obra Sylva Allegoriarum Totius Sacrae Scripturae de Hieronymus Laurentus (Venecia, 1575), la palabra «caelum» significa Dios, Cris­to, los ángeles, las cosas espirituales, la Virgen María, el alma, los apóstoles, los predicadores, los profetas, la Igle­sia y, también, las Sagradas Escrituras: «Las Sagradas Escrituras pueden considerarse como el cielo desde el que Dios habla. Desde lo alto de este cielo brillan sobre nos­otros el Sol de la Sabiduría y la Luna de la Ciencia, mientras que de los Padres procede el brillo de las estrellas de sus ejemplos y virtudes». Por lo tanto, ver y comparar las Sagradas Escrituras con el cielo no era algo inusitado para los teólogos de la época de Miguel Ángel, aunque para nosotros este lenguaje bíblico figurado se haya perdido por completo.

Podemos, por tanto, afirmar que Miguel Ángel, cuando pintó los fres­cos en el techo de la Sixtina, lo que hizo fue sustituir el cielo de las estrellas por el de las Es­crituras del Antiguo Testamento.

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