La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Mensajes a los Papas

 

Hasta ahora, la crítica había estado de acuerdo en ver a Moisés y a Cristo personificados como jefes de comuni­dades religiosas y, por lo tanto, predecesores del Papa, re­presentante de Cristo en la tierra. Pero se trata de una formulación unívoca, basada en una contemplación superficial de las pinturas. En este caso se trata más bien de lo contrario: pintores y teólogos quisie­ron presentar al Papa el espejo de su conciencia. Pero este espejo se halla tan bien enmarcado por una teología de tendencia alegórica, que el observador, ignorante del len­guaje teológico medieval, no está en condiciones de captar la crítica a Sixto IV que contienen en estas representacio­nes tipológicas. Una crítica que sin duda el Papa debió de comprender, aunque no podía actuar contra los pinto­res y los teólogos sin comprometerse. De todas formas, el Papa murió el 12 de agosto de 1484, poco después de que los frescos se terminaran.

Los pintores lisonjearon al Papa mucho menos de lo que se creía. Los fres­cos de la Sixtina son muy críti­cos respecto al Papa del momento. Si los pintores y teólogos quisieron aludir a los acontecimientos de su tiempo, lo hicieron para celebrar al papa Sixto IV, pero con la intención de ponerle delante un espejo destinado a sugerirle que hiciera penitencia y cambiase de rumbo. El fresco de la Purificación del leproso, de Botticelli, es un sermón penitencial apropiado para la Cua­resma. Cabe suponer que todo esto se ini­ció con los pintores del grupo florentino, pues Florencia y sus habitantes estuvieron enfrentados con el papa Sixto IV y la familia Della Rovere por lo menos a partir del momento en que se produjo la conjura de los Pazzi y el asesinato de Giuliano de Médicis.

Únicamente los frescos de la Entrega de las Llaves y el Bautismo de Je­sús, pintados por el Perugino, pueden parecer totalmente ajenos a esta crítica al papado y al clero. El panel de la Cir­cuncisión del hijo de Moisés, también de Perugino, perte­nece a la categoría de los sermones cuaresmales que se remontan a Hugo de San Víctor.

Es innegable que las múltiples bellotas doradas que cuel­gan del techo de la sala donde se celebra la última cena hubiera podido lisonjear al papa Sixto IV, pero lo que se pretende es que el observador capte la verdadera temática del fresco, en el que se remacha el auténtico significado de la Ley evangélica, en contraste con la forma de actuar por parte del Papa. El fresco que se encuentra frente al de la REPLICATIO de la Ley escrita, en el que aparece la figura desnuda de Leví, posiblemente nos habla tanto de la falli­da posesión de la Tierra Santa, regulada según la Ley di­vina, como del amor casto del clero para con su esposa, la Iglesia, que es el pueblo de Dios reunido. En este fresco de Signorelli sólo podremos dejar de ver la crítica a la po­lítica despótica del Papa, fundada en sentimientos y acti­tudes mundanas, si nos negamos a tener en cuenta la tercera tentación de Jesús por parte del diablo, pintada por Botticelli, como expresión del acuerdo entre pintores y teólogos en contra de la política papal.

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