La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbolismo de las historias de Moisés

«Moisés apacienta el rebaño de corderos y cabras de Jetró, su suegro… y llegó a Horeb, el monte de Dios, donde se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego que se elevaba de una zarza. Y al mirar vio que la zarza ardía pero no se consumía» (Ex 3, 1s).

El autor de la Expositio explica este pasaje diciéndonos que «en la zarza, que es pasto de las llamas sin ser consumida por el fuego, pode­mos ver a la beata virgen María que dio origen al Hijo de Dios en su seno sin perder la virginidad». Más adelante el autor explica que la zarza también encarna la relación de Cristo y su naturaleza humana, significando las llamas su divinidad. Desde el interior de la zarza ardiente Dios ordenó a Moisés que se descalzara y le mandó a Egipto para que liberara a los hijos de Israel. A lo cual Moisés ob­jetó: «¿Y si no me creen ni me escuchan y me dicen que Yahveh no se me ha aparecido?» (Ex 4, 1).

A propósito de este pasaje, en la Expositio se dice que Moisés obedeció con desgana el mandato de Dios, y el au­tor se pregunta que si un hombre tan santo como Moisés odececió a Dios con tanta resistencia, es porque en ello debe ocultarse un significado espiritual. Efectivamente, en este pasaje la figura de Moisés represen­ta a los apóstoles. Al principio de su predicación éstos se hallaban demasiado unidos a los judíos y no querían dirigirse a los paganos. Según la Expositio debe­ría interpretarse de la misma forma el mandato de quitar­se el calzado hecho por Dios a Moisés, puesto que pisaba «tierra santa» (Ex 3,5). De la misma manera que después le diría a uno de sus grandes apóstoles: «Aunque resuci­tes muertos, aunque la sombra de tu cuerpo sane a los enfermos, no puedes osar compararte conmigo, pues las cosas grandes que tú llevas a cabo no proceden de ti, por­que soy yo quien actúa sirviéndome de ti. El calzado pro­tege los pies, impide que éstos toquen la tierra, y por tierra se entienden los paganos».

El titulus del fresco, descubierto recientemente, se refiere a una tentación sufrida por Moisés: TEMPTATIO MOISI LEGIS SCRIPTS LATORIS («Tentación de Moisés portador de la Ley escrita»). Dicha tentación consistió precisamente en la desgana con que Moisés obedeció a Dios y en su te­mor a que no le creyeran. La lectura de la Expositio llama la atención de quien observa el fresco respecto al nexo in­terno con el titulus que lo acompaña, sólo de esta manera conseguiremos realizar una lectura correcta de la totalidad del fresco. En Moisés no se debe ver solamente a Cristo, sino también a uno de los apóstoles: a Pedro y a su sucesor, es decir, el papa Six­to IV.

Para una correcta interpretación del fresco es necesario te­ner presente la disposición de sus diversos episodios y la elección de los colores de las vestiduras. La escena más importante, la aparición de Yahveh en la zarza ardiente, se encuentra en el ángulo superior izquierdo. Si bien pierde importancia por haber sido desplazada a un lugar margi­nal, mediante este artificio todos los demás episodios pa­recen depender de la mano de Dios elevada en actitud oratoria, aunque desde el punto de vista cronológico sean anteriores al episodio de la zarza ardiente. Cuando se aparece en la zarza ardiendo, Dios porta una vestimenta roja y un manto azul, que es el atuendo que María y Jesús suelen llevar en los frescos de la Capilla Sixtina. En la vestimenta sacerdotal de Aarón, del mismo color que dicho manto, el color azul nos hace pensar en el cielo. El cielo nos remite a la idea del mismo Dios, como nos informa la Sylva Allegoriarum. La vestimenta roja podría ser una alusión al amor: «Dios es Amor», dice la Primera Carta de Juan (1 Jn 4, 16). En todas las pinturas de la Capilla Sixtina, Moisés siempre lleva una vestimenta dorada o de color amarillo dorado y un manto verde, que alude forzo­samente a la esperanza. Para interpretar de manera correcta este detalle es preciso recordar que los misterios presentes en la vida de Moisés sólo se cumplirán en el futuro, es decir, en la vida de Jesús. La vestimenta dorada también se refiere a la santidad de Moisés y a la fe que se manifiesta en las virtudes. Pero el auténtico significado del oro consiste en expresar la naturaleza divina, que es inmortal, y, de una manera muy especial, la naturaleza divina de Cristo. Por lo tanto, con su vestimenta dorada, Moisés nos remite a Jesucristo, el verdadero mediador y libertador. Las hijas de Ragüel visten de blanco, que signi­fica, como nos dice la Sylva Allegoriarum, «alegría espiri­tual, inocencia y pureza de conducta… este resplandor blanco podemos encontrarlo en las piedras o los vesti­dos, en los caballos o los corderos». En este fresco, Bot­ticelli pintó vestimentas blancas, corderos blancos y pilastras de mármol blanco.

El jun­co que una pastora lleva en la mano y las bellotas y las manzanas que adornan su cintura nos indican que el pin­tor y su asesor desarrollaron de un modo personal el patri­monio de ideas sacado de la Expositio y aún más de las Homilías de Orígenes sobre el Libro del Levítico (il. 11). Es precisamente un junco lo que ceñiría Dante antes de emprender su camino de purificación (Purgatorio I, 95), algo que el florentino Botticelli sin duda sabía perfecta­mente. Según comenta Pietro, hijo de Dante, el junco sim­boliza la humildad sencilla y paciente. Una de las pastoras del abrevadero es Séfora, que se con­vertirá en esposa de Moisés. Botticelli la representa al lado de su esposo en el episodio de la salida de Egipto, con ves­timentas de distinto color a las que lleva la Séfora pintada por Perugino. Viste de blanco, o más bien de un tono pla­teado resplandeciente, y un manto azul celeste. En la pin­tura del sacrificio de purificación, que se halla enfrente, la joven viste de manera parecida y lleva ramas de encina que adornan su cabeza.

Nos quedan por examinar el contenido y el significado de los distintos elementos representados en el cuadro, así como los personajes. En este fresco, Moisés lleva siempre su bastón. En la Sylva Allegoriarum se dice que el bastón de Moisés simboliza la fuerza divina, pero también la au­toridad y, finalmente, la pasión y la cruz del Señor. A la sa­lida de Egipto, Moisés empuña el bastón como un cetro, gesto con que se nos habla de la señoría de Cristo. Con la fuerza de Dios, con su bastón, Moisés echa a los pastores que impedían a las hijas del sacerdote de Madián abrevar sus corderos. Llevando el bastón sobre los hombros, Moisés huye al desierto después de haber herido mortalmente al egipcio con su espada. Posiblemente el pintor, o su asesor en teología, pensara en la cruz de Cristo. La espada con la que Moisés mata al egipcio encarna la palabra de Dios, mientras que en el egipcio debe verse a Satanás.

El hebreo herido en la frente por el egipcio -situado a la derecha del fresco- lleva una llana en la cintura, y una mujer vestida de azul celeste le incorpora y sostiene en brazos. Ambos parecen haber hallado refugio en un edifició que tiene forma de templo, pero en realidad se trata del doble sepulcro de los Patriarcas, existente en Hebrón y mencionado en el Génesis (Gn 49, 29s). En la Meditatio in Passionem et Resurrectionem Domini, atribuida en el pasado a san Bernardo, se nos dice al respecto que «el santísimo Patriarca», Jacob, no quiso gozar de su último descanso en Egipto sino en una «doble cueva» («in épelunca duplici»), «donde descansa la esperanza de las buenas obras y donde el amor reposa en la contempla­ción…». Por lo tanto, el edificio en forma de templo con dos entradas representa la doble cueva.

 

La relación de este fresco con el de Las tentaciones de Jesús

Recordatorio de la Conjura de los Pazzi

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