La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbolismo Serpiente de bronce

Por su forma de atacar y ma­tar las serpientes de este fresco recuerdan el grupo de Laocoonte y sus hijos. Pero ¿qué significa este detalle antinatural que nos mues­tra a las serpientes sosteniéndose en el aire a pesar de no tener alas?

Una obra literaria, que probablemente Miguel Ángel des­conocía, puede servir de ayuda para explicar el hecho de que las serpientes se retuerzan en el aire. Se trata de la Vitis mystica, que en otros tiempos se atribuyó erróneamen­te a san Bernardo, cuyo capítulo cuarenta y cinco se refiere al episodio de la serpiente de bronce: «¿Qué otra cosa pueden sugerir las serpientes, aparte de sugestiones diabólicas?», se pregunta el autor anónimo de esta obra espiritual. En efecto, éstas se insinúan, arrastrándose como serpientes, a través de la mente (mentes) de los hombres, y si no se las reconoce como tales, no tardan en dar un mordisco letal. Así es como murieron los hijos de Israel en el desierto. Pero el desierto es el mundo por el que vamos errando y del que hemos sido liberados por Je­sucristo, nuestro legislador, mediante el bautismo.

La falta de fe origina todos los vicios, nos dice el autor, por eso los hombres se convierten en presa de las serpien­tes, es decir, de los demonios. Pero el vicio de la falta de fe se ha solucionado mediante la erección de la serpiente de bronce. Este escritor espiritual se ocupa con profundidad de Cristo crucificado, del que la serpiente de bronce ofre­ce una imagen, tal como se explica en el Evangelio de Juan: «Elevemos, pues, también nosotros la mirada hacia el rostro de la serpiente de bronce, alzada hacia Cristo, si queremos vernos libres de las malvadas y oprimentes su­gestiones de los demonios».

En el lado izquierdo del fresco de la trompa vemos a los hijos de Israel que elevan su mirada hacia la serpiente de bronce. En primer plano, un joven, con jubón rojo y cal­zones que pasan del verde al rojo, levanta a su esposa, cuya vestimenta es del color blanco de la fe. Una cinta ver­de la cruza por el pecho, y verde es también el turbante del hombre con barba que vemos detrás de él. La vesti­dura de este hombre es de color amarillo dorado, y lleva sentado sobre sus hombros a un niño desnudo que tiende una manita hacia la cabeza de la serpiente de bronce, como si quisiera acariciarla. En el lado derecho de la trompa, las serpientes suspendidas en el aire atacan las ca­bezas de niños y adultos. Tres de estas figuras luchan con­tra gruesas serpientes que se les enroscan y quieren estrangularles. Al igual que en el grupo de Laocoonte, uno ha muerto mordido por una serpiente.

En el extremo de­recho, una serpiente de color verde brillante está pene­trando en la boca de un joven, y otra serpiente con sus ávidas fauces abiertas de par en par agarra a un anciano por el occipucio, dispuesta a devorarle empezando por la cabeza. De los varios personajes que aparecen en este gru­po, que nos recuerda los sentimientos expresados en el grupo de Laocoonte, el que yace exánime viste una camisa amarillo claro, color que recuerda el del pecado. La figura principal, a la que vemos luchando con una serpiente, lle­va unas bragas de color gris violáceo, mientras que la man­ga derecha de su jubón resplandece como si fuese un ascua.

En esta vida, dice nuestro autor, los demonios arrastran a la perdición a los hombres carentes de fe «con el incendio de sus malvadas instigaciones». La escena donde vemos levantar a la esposa, cuyo antebrazo derecho ya ha sido mordido varias veces por las serpientes, se halla completamente en consonancia con la exhortación de nuestro texto: «… elevemos la mirada… hacia el rostro de la serpiente de bronce erigida…».

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