Cristo Juez
En verdad os digo que vosotros que me seguisteis, al tiempo de la regeneración, cuando se sentare el Hijo del Hombre en el trono de su gloria…
(Mateo 19,28)
…y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad.
(Mateo 24, 30)
Y cuando viniere el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria, y serán congregadas en su presencia todas las gentes, y las separará unas de otras, como el pastor separa las ovejas de los cabritos; y colocará a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid vosotros los benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo…” Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno, que preparó mi Padre para el diablo y para sus ángeles”. E irán estos al tormento eterno; mas los justos a la vida eterna. (Mateo 25, 31-46)
El Cristo Resucitado, encarnación de la Iglesia Triunfante o Iglesia celestial, dominaba la composición en todos los Juicios Finales anteriores, pero nunca hasta la pintura de Miguel Ángel había iniciado y controlado el drama con tanta nitidez. Este sentimiento de absoluto desamparo de la humanidad pecadora ante la omnipotencia y la omnisciencia divinas refleja el ambiente de fatalidad y desesperación que prevaleció a lo largo de la década siguiente al Saco, un desastre que muchos romanos vieron como un castigo por sus pecados y por los abusos de la Iglesia.
El Cristo de Miguel Ángel presenta un torso más macizo y musculado, un pecho y unos hombros más anchos y brazos y piernas más fuertes; la luz que proviene del fondo y recorta su figura acentúa aún más la densidad de sus formas. Los movimientos de este titán, que supera en grandeza a cualquier Júpiter clásico, son tan complejos como ambiguos. A primera vista parece estar de pie, con la mano derecha levantada y girándose desde su derecha hacia la izquierda; al hacerlo, alza con su diestra -o al menos eso sugiere su movimiento- las almas de los elegidos, hacia los que su consorte, la Virgen María, dirige su mirada intercesora. Con su mano izquierda atrae hacia sí a los elegidos y, al mismo tiempo, se aparta de ellos. A la vez que todo ello, parece disponerse a tomar asiento en su celestial trono de nubes, a punto de precipitar su mano derecha contra la izquierda, como para espantar a los condenados hacia los que mira. La acción compleja de Cristo -una espiral a la vez ascendente y descendente- genera el movimiento de todo el fresco. Sabedor del destino final de la humanidad desde el principio de los tiempos. Cristo permanece impasible, ni embargado por la ira ni henchido por el gozo.
Este Cristo, a pesar de llevar un manto de color violeta echado sobre los muslos, no tardó en suscitar la reprobación de innumerables críticos. Su cabeza recuerda la del Apolo de Belvedere, así pues la concepción divina que le distingue está tomada de un modelo pagano. Su rostro no reproduce el modelo tradicional que nos ha sido transmitido por los iconos de la Iglesia oriental y que vemos en todos los frescos absidiales de las iglesias de Roma, así como en la Disputa y la Transfiguración de Rafael. Era la primera vez que en Roma, y en el marco de un encargo oficial del Papa, la imagen de Cristo difería del modelo habitual, ofreciendo a la mirada del espectador una imagen que se corresponde plenamente con una divinidad pagana. Era la primera vez que un artista contratado por el Papa se atrevía a pintar un rostro de Cristo diferente a lo acostumbrado.
En Miguel Ángel pesó más la semejanza con una de las imágenes más hermosas de las divinidades antiguas que conocía que la conformidad con la reliquia del retrato de Cristo. Esta fue una de las principales características de la Edad Moderna al compararla con la Edad Media: el arte ya no se inspira en las reliquias, sino en los restos arqueológicos de la antigüedad, considerados ejemplares para cualquier forma de expresión artística.
El gesto condenatorio de Cristo no sólo sacude su cuerpo musculoso, sino que constituye un auténtico elemento vivificador del fresco. Se diría que hace temblar todo el fresco, incluso sus rincones más apartados. No puede persistir, por lo tanto, ninguna duda respecto a la interpretación del gesto de Cristo. Hasta la misma María ya no se dirige a su Hijo en un acto de intercesión, como la vemos, por el contrario, en los dibujos preparatorios, ahora posa su mirada en los dos maderos colocados en forma de cruz que una figura, restituida a su desnudez tras la última restauración, aprieta con la mano derecha contra su propio cuerpo.
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