La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbología elegidos

Resucitados 21En el margen izquierdo del fresco, a la altura del capitel dorado de la pilastra que delimita el fresco de Perugino, se ven dos figuras. Una de ellas todavía viste la mortaja blanco agrisada de los muertos, mientras que la otra, cuyo peinado la identifica como una esposa, ya ha recibido la nueva vestimenta del Paraíso, de color verde esperanza. Una mano que sale de una nube coge a la primera por el brazo derecho y la socorre para llevarla hacia lo alto.

Otro joven, que también es llevado hacia lo alto (antiguamente se hallaba completamente desnudo, pero los braghettoni lo cubrieron con un feo trozo de tela, oscurecido en la última restauración), mira confiado hacia arriba y tiende su mano derecha hacia la nube, desde la que asoma su valedor arrodillado sobre un manto verde azulado, como dando a entender que la ascensión ha sido posible gracias a la contemplación fundida con la virtud de la esperanza. Entre sus piernas se adivina una figura vestida de color violeta claro. La penitencia le conduce al Paraíso celestial.

Junto a esta figura se eleva otra en éxtasis que en su vuelo hacia las alturas no se preocupa de su mortaja ni de su piel morena al desnudo. ¿Es posible que Miguel Ángel tuviera ya conocimiento de los indígenas de América, descubierta hacía poco, a quienes los europeos llevaron prendas de vestir? También en esta ocasión un braghettone quiso poner remedio a este bendito descuido. Encima de esta figura, una mujer de piel más clara vuela hacia la nube que tiene más cerca; lleva todavía la mortaja con capucha de color blanco agrisado. Posiblemente se haya querido representar en ella a una mujer europea. A su derecha encontramos a un hombre desnudo, también de piel clara, que, como ella, debió de vivir en el antiguo continente. Arrodillado sobre una nube, quiere subir a otra que está más arriba, y a la que casi consiguió cogerse. Pero su valedor, un ángel con la vestimenta violácea de la penitencia, parece no advertir su presencia, pues se gira hacia otro lado, donde una figura, tras haberse despojado de su mortaja con capucha, se dirige hacia dos ángeles que se encuentran en lo alto de una nube, vestidos de color verde y rojo, respectivamente, llevando, además, un chal violáceo el de rojo, y un pañuelo color azafrán en la cabeza, el de verde.

Debajo de esta figura que asciende al cielo, un ángel con una vestimenta oscura y un pañuelo color azafrán del discernimiento con reflejos verdes y rojos ha cogido por debajo del brazo a un hombre de piel oscura en el que puede reconocerse a un nativo del Nuevo Mundo, un indígena de América.

Resucitados 14El valedor del hombre blanco que aún no se ha librado del vestido con capucha es conducido por otro ángel vestido de rojo hacia el banco de nubes donde ya se encuentran otros dos ángeles vestidos de rojo y verde. A la izquierda de éstos, una elegida, vestida de color violeta y con los cabellos engalanados, se apoya sobre los brazos y tiene los ojos cerrados por hallarse entregada a la contemplación interior. A su lado, un ángel vestido de verde y, encima, otro vestido de rojo observan el cautivador proceso de la resurrección de los muertos y su subida al cielo. Entre los que suben al cielo destaca una pareja formada por dos figuras de piel oscura en el acto de coger un rosario que reciben de manos de un ángel joven al que vemos de pie en una nube más alta. Los granos del rosario son del color azafrán del discernimiento espiritual, y no se trata del rosario cristiano, sino más bien de un rosario musulmán, cuya oración recuerda los noventa y nueve nombres de Alá. La serie de sus cuentas es continua y supera ampliamente el número diez. Este rosario, apoyado encima de una estrecha faja de tela blanca, rodea el pecho y la espalda del hombre, mientras que la mujer lo coge con su mano derecha, besa las cuentas y las pasa con la mano izquierda.

Entre esta pareja con el rosario y el hombre de piel oscura, al que hemos identificado como un indio de América, se adivinan dos figuras, envueltas en vestimentas grises con capucha, que suben en diagonal hacia el cielo. Por encima de ellos hay una nube en la que se halla sentado, en primerísimo plano, un hombre desnudo, de piel clara, sostenido por una figura vestida de azul. Detrás se sienta una mujer vestida de rojo. Los tres, el hombre desnudo y las dos mujeres vestidas de azul y rojo, miran fijamente hacia lo alto y a la izquierda, en dirección al próximo banco de nubes, pintado más arriba, expresando un vivo deseo de llegar hasta allí.

De su nube, junto al ángel que sostiene el rosario, emerge una persona vestida de rojo con las manos elevadas en actitud orante. De esta manera el artista nos explica que quienes están poseídos por el amor no necesitan ninguna ayuda para ascender a las más altas esferas del Paraíso. En el banco de nubes, claramente pensado como estación intermedia para quienes suben al Paraíso, hay otras figuras.

Resucitados 13Una persona que viste una saya gris y eleva las manos en actitud orante mira a la izquierda, en dirección a los elegidos que llegan a las nubes más altas. A su lado, una figura de la que únicamente se ven las piernas envueltas en tela gris y la espalda, quiere abrirse camino entre la persona que viste de azul y la que viste de rojo. Detrás, una mujer de gris mira pensativamente hacia arriba, y detrás de la mujer más anciana, vestida de rojo y algo apartada, divisamos una figura vestida completamente de blanco, sostenida por una persona desnuda que permanece en la sombra, probablemente un ángel, que tiende a ir hacia el banco de nubes contiguo y situado más arriba. También en el borde posterior de la nube, a la sombra, se observan otros rostros violáceos. En la mitad inferior del fresco, a la derecha, dos de las figuras abandonadas a los demonios y al infierno están pintadas al lado de los ángeles que sostienen el gran libro de los condenados. Salta a la vista una recia figura femenina que se cubre el ojo izquierdo con la mano, mientras que con el derecho mira al vacío, sin dejar por ello de mirar fijamente al espectador. La última restauración le libró del retazo de tela con que más tarde se le cubrió el pubis mediante el empleo de la técnica en seco.

Una figura similar presente en el fresco del Diluvio Universal pintado en la bóveda de la capilla ya nos mostró lo que significa el oscurecimiento de uno de los dos ojos. Así como el cíclope Polifemo únicamente veía las cosas del mundo material, los dos ojos representan la naturaleza humana, capaz de dirigir la mirada hacia lo visible y efímero, pero también hacia las cosas invisibles y eternas. En esto consistía la enseñanza de Egidio da Viterbo, teólogo renacentista. Por lo tanto, quienes durante su vida terrenal hayan puesto su confianza en las cosas del mundo, al final de los tiempos no encontrarán más que eso y caerán víctimas de la desesperación.

En la pintura de Miguel Ángel, la esperanza puesta en la tierra se ha convertido en un demonio verde, en un dragón que muerde el muslo de la figura que es imagen de la desesperación. Otros dos demonios -uno de los cuales tiene la piel de un desagradable color gris verdoso y patas con garras- han cogido por las piernas al infeliz y lo arrastran hacia abajo. En su momento, a la derecha del dragón verde Miguel Ángel bosquejó otra fea cabeza de diablo, que después borró del cielo mediante el empleo del azul lapislázuli, y que ahora, después de la última restauración, se halla de nuevo a la vista.

Por debajo del grupo que representa la desesperación vemos volar a un diablo que, sobrepasando la barca de Caronte, se dirige hacia el infierno montado por un hombre que viste unas calzas grises. Mira asombrado a lo alto, a la derecha y en diagonal, hacia un grupo cuyo auténtico significado ha permanecido oscuro debido a la descripción superficial de los primeros detractores del fresco.

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