La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Simbolismo Purgatorio

purgatorio 1

Vasari señaló que Miguel Ángel representó aquí los siete pecados capitales, pero en relación con la consiguiente pena infernal. Sólo observado atentamente los distintos detalles veremos que en esta zona del Juicio Final, a pesar del sufrimiento de las personas, no se representa el castigo definitivo.

Junto a la figura que tiene un ojo cerrado, que al relacionarse con el grupo del rosario sirve de contrapeso a la balanza de las almas, Miguel Ángel introdujo en el fresco varios detalles curiosos que suscitaron críticas violentas por parte de sus adversarios. Se dijo que quiso representar el combate de los ángeles con los condenados que intentan inútilmente ascender al cielo. ¿Es realmente así? Observemos con atención cada uno de los detalles.

Si examinamos, por ejemplo, algunos ángeles de la serie superior, nos daremos cuenta de que no sólo atacan encarnizadamente, repartiendo puñetazos, a algunas figuras que están resucitando, sino que además las retienen. En la parte derecha, hacia el exterior, vemos a un ángel, con la vestimenta violácea de la penitencia que rodea con el brazo izquierdo el vientre de un hombre y le golpea en las nalgas con el puño derecho, como en otros tiempos hacían los padres con los hijos que merecían ser castigados.

A continuación, la gran figura que vemos de espaldas a la izquierda se aferra con el brazo derecho al ángel vestido de verde, que le tapa la boca con la mano izquierda y le golpea la cabeza con el puño derecho. El siguiente ángel, que vemos a la izquierda vestido completamente de rojo, lo sostiene y lo mantiene quieto; en su mirada hay preocupación, como si temiera que volviera a precipitarse. Esta persona, durante su vida terrenal, no cultivó la virtud de la esperanza, pero posiblemente repartió generosamente muchas demostraciones de amor. Este es el significado que podemos deducir ateniéndonos a la combinación de los colores.

purgatorio 2Si seguimos avanzando de derecha a izquierda, veremos a un diablo de piel oscura que pretende arrastrar cabeza abajo a un hombre que, de acuerdo con la representación de su bolsa, demuestra ser esclavo del vicio de la avaricia. Las dos llaves que cuelgan al lado de su bolsa nos revelan que se trata de un papa. El color amarillo azafrán de la bolsa se corresponde con el de la vestimenta del ángel que aporrea las nalgas desnudas del infeliz mientras con la mano izquierda le coloca en la posición debida. Otro ángel, vestido de rojo, retiene al Papa e impide que el diablo lo arrastre al infierno. Miguel Ángel transforma así, por primera vez en una representación del Juicio Final, la lucha medieval de vicios y virtudes en una batalla campal entre ángeles y pecadores en la que la agresividad de los últimos representa los pecados por obra.

Encima de la cabeza y el hombro del último hombre que se encuentra en el extremo izquierdo, con el dorso desnudo y musculoso, se halla arrodillado un ángel de la esperanza, vestido de verde, que desde arriba le golpea la cara con fuerza. El hombre golpeado apoya la rodilla derecha sobre un banco de nubes y se agarra fuertemente a la vestimenta del ángel. Avanzando siempre hacia la izquierda, en posición más retrasada, una mujer envuelta en vendas de lino blanco agrisado flota en el aire como un corcho en el agua.

Entre las piernas del hombre al que vemos de espaldas se encuentra una mujer completamente velada, acaso una monja; un ángel suspendido por encima de ella, vestido de azul claro, le tiende los brazos. El color azul claro remite a la contemplación; en consecuencia, esta mujer se salva porque en la tierra practicó la oración contemplativa Todo lo que hemos observado hasta este momento indica que estas personas, aunque buscadas y castigadas por sus ángeles, no caen en el infierno. Este interregno que Miguel Ángel pinta de una manera tan singular no puede ser más que el Purgatorio, lugar donde se expían sobre todo -Miguel Ángel sin duda lo aprendió del Purgatorio de Dante, su famoso compatriota- los siete pecados capitales: pereza, envidia, soberbia, avaricia, gula, ira y lujuria.

Condenados 11Ya hemos topado con la avaricia. La bolsa del papa representado en esta zona del fresco remite claramente a dicho pecado. De la misma forma, el hombre que se encuentra a la izquierda del papa, y encima de cuya cabeza se arrodilla el ángel de la esperanza, puede muy bien ser la representación de la soberbia y del castigo que le corresponde. La mujer que vaga perdida por la bóveda celestial remite al vicio de la pereza, mientras que aquella que se deja coger por el ángel de la contemplación debe de ser vina mujer poseída por la envidia. La raíz de la palabra latina invidia es videre («ver»), pero la contemplación consiste en ver de manera justa, con los ojos de la fe, cosa que podrán aprender todos aquellos que, llenos de envidia, miran de través al prójimo.

Condenados 08bAl lado del papa con la bolsa vemos el rostro demacrado y terroso de un hombre hambriento con la boca abierta. Es alguien a quien se castiga por el pecado de la gula. Al lado del hombre que recibe los golpes del ángel de la esperanza, reconocemos el rostro oscuro y encolerizado de un hombre airado. En último lugar, un disoluto es atormentado por un diablo que intenta arrastrarlo al infierno cogiéndole por los genitales, y su dolor es tan intenso, que el pobre hombre se muerde los dedos para mitigar el dolor del terrible tirón que recibe en los testículos y en vano intenta evitar con su mano derecha extendida.

La densidad y robustez del demonio que cuelga del escroto del lujurioso intensifica visualmente su desolación. A medida que este diablo rojizo se aproxima al Infierno con el rabo entre las piernas, su cabeza arde en llamas. La otra cabeza que asoma encima de él quizá sea la de Biagio da Cesena, al que, según Vasari, Miguel Ángel representó entre los condenados por sus quejas acerca de los desnudos del fresco, apenas un aperitivo del amplio rechazo que éste cosecharía. La obra escapó a la destrucción merced al añadido de los ropajes que cubrieron las partes corporales más ofensivas, de los que el paño que viste las nalgas del demonio antes citado y los taparrabos de dos de sus compañeros son destacados ejemplos. Con máxima economía de medios, Miguel Ángel captó la esencia de la desesperación en el gesto y la expresión del ánima envuelta en su sudario.

Condenados 11bA la derecha, al lado del lujurioso, una figura con la mortaja de color gris intenta subir hacia lo alto sin que nadie se lo impida. Por el contrario, como apartada por el hambriento, una mujer cubierta hasta los brazos y el rostro fluctúa en el aire deslizándose en diagonal hacia abajo, en dirección al espectador, con las manos enlazadas como si estuviera orando. No está desesperada, sufre desde el punto de vista espiritual, y expresa, al mismo tiempo, un enorme deseo de poner fin a sus sufrimientos y encontrar cuanto antes el camino expedito hacia lo alto, al Paraíso.

 

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