La Virgen
“El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús».”
Lc 1, 30-31
Como intercesora por los hombres, la Virgen aparece tradicionalmente, sentada o de pie, a la derecha de Cristo; pero aquí se la representa por vez primera acurrucada contra su hijo, con su volumen añadido al de Él y su mirada que denota su atención para con los elegidos. Su postura serpentinata, girando sobre su eje de derecha a izquierda, realza también desde el punto de vista visual el movimiento rotatorio de Cristo. Al compartir con tal intimidad el triunfo final de Éste sobre el pecado y la muerte, recordaría a los espectadores de la época la advocación de la capilla a la Asunción de la Virgen, glorificación simbólica de la Iglesia Militante o Iglesia terrenal. La acción de cruzar los brazos para ajustarse el manto con que se toca, como si “tomara el velo”, sería, como en el ritual de consagración de una monja, indicativa de su virginidad, de su santidad, de su matrimonio espiritual con Cristo. Sin embargo, a falta de otro papel que desempeñar en el final de los tiempos esta encarnación de la Iglesia Militante queda del todo subordinada a Cristo.
María no tiene, como se ve claramente, la misma importancia que su Hijo; con su mirada se comunica con el grupo de almas que tiene a su derecha con mucha mayor intensidad que su Hijo con las de su izquierda.