La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Iacob y Ioseph

(supplantans e augmentum o crescens: el que suplanta y el que aumenta o hace crecer)

Suele considerarse que la luneta situada en el lado dere­cho de la pared de la entrada representa a Jacob, padre de José, que a su vez es padre putativo de Jesús. De ser así, la figura con el niño que aparece en el extremo izquierdo debería ser José, pero esto significaría que la figura femenina de la derecha, que cubre casi por completo a José, debería representar a María, la madre de Jesús. En semejante contexto, los dos niños sólo podrían ser Juan Bautista y Jesús. El mayor, sentado en las rodillas de la figura femenina, sería el Bautista, siendo Jesús el más pequeño, situado inmediatamente detrás de José.

Salta a los ojos que las dos mujeres, la de Jacob y la de José, forman una pareja a derecha e iz­quierda de la cartela relativa a la luneta. Se piensa que se ha pretendido representar a Jacob, fundador de la estirpe, quien se encuentra al principio de la secuencia de las ge­neraciones, acompañado por sus esposas Lía y Raquel, siendo ésta la única lectura posible de la luneta.

El muchacho que aparece en el extremo izquierdo, al lado de Jacob, tiene que ser forzosamente Judá, figura que con­tinúa la secuencia de las generaciones, que termina con el padre putativo de Jesús. Pero Judá es hijo de Lía y, por consiguiente, si la persona que aparece a la derecha de la luneta es el José del Libro del Génesis, los dos muchachos deben ser Efraín y Manases, engendrados por Asenat, hija del sacerdote de On (Gn 46, 20). De ser así, la figura femenina de la derecha debe representar contemporánea­mente a Raquel y Asenat.

Intentemos ahora describir sintéticamente la luneta teniendo en cuenta todos sus posibles niveles interpretati­vos. De acuerdo con las indicaciones de Gioac­chino da Fiore, diremos que la joven madre que se encuentra a la derecha de esta luneta representa a tres personas: Raquel, esposa de Jacob, más joven que su her­mana Lía y a quien aquel prefirió; Asenat, hija del sacer­dote egipcio, esposa del José del Antiguo Testamento y madre de Manasés y Efraín; y María, esposa del José del Nuevo Testamento y madre de Jesús. Pero únicamente un buen conocedor del libro de la Concordia puede captar las profundas relaciones y alusiones existentes en el fresco de Miguel Ángel, quien se hallaba muy familiarizado con las ideas de Gioacchino da Fiore. Esta conclusión parcial de nuestra investigación nos revela un lado completa­mente nuevo y aún desconocido de la personalidad de Miguel Ángel. El gran florentino dio libertad a su inspira­ción artística, no ahorró críticas a la condición de la Igle­sia, y, tal como ya había hecho su conterráneo Botticelli, colocó hábilmente ante el Papa y la curia romana un espejo cuya superficie se ha bruñido con el instrumento de la ironía.

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