La Capilla Sixtina

«Santuario de la teología del cuerpo humano» (Juan Pablo II)

Los Salvados de la izquierda: La Ecclesia

Salvados 07

La ruptura de Miguel Ángel con la tradición se hace muy radical en la banda de los bienaventurados. En anteriores escenas del Juicio Final, lo habitual era representar a los salvados en orden jerárquico, con vestimentas y atributos que distinguieran su rango, status o identidad. Por lo general, la Virgen María, San Juan Bautista, los doce apóstoles y una o varias hileras de ángeles flanqueaban: a la figura de Cristo, a cuya derecha y algo más abajo se disponían racionalmente categorías tan específicas como las de los profetas, patriarcas, mártires, eclesiásticos, soberanos y, siempre al final, si es que se llegaba a incluirlas, mujeres ascéticas o eclesiásticas. Miguel Ángel, representa a los mártires, e incluso colocó a San Lorenzo y San Bartolomé a los pies de Cristo; no obstante, con excepción de la Virgen María, San Juan Bautista y San Pedro, la multitud de figuras que pueblan la banda de los bienaventurados resulta imposible de identificar con certeza. Esta generalizada falta de interés por identidades y jerarquías bien podría ser reflejo de la simpatía de Miguel Ángel por la creencia, sostenida en la época por muchos reformadores, de que las excesivas demostraciones de poder de las altas esferas eclesiásticas, y especialmente del papa, constituían la fuente principal de los abusos de la Iglesia y el obstáculo más importante para su reforma. En todo caso, la mayor parte de los teólogos hubiera suscrito que, al final de los tiempos, el rango y el status apenas tienen importancia frente a la justificación individual.

Las figuras del extremo izquierdo, al lado de la Virgen, son casi todas femeninas, lo que constituye un tratamiento privilegiado sin precedente de la mujer. El grupo se divide a grandes rasgos en cuatro subgrupos, y en él se advierte mucho más que en cualquier otra parte de la obra un desarrollo progresivo de las formas anatómicas, movimientos y gestos desde el fondo hacia el primer plano y desde la izquierda hacia la derecha.

Eclesia 05En el extremo superior izquierdo, una anciana vestida de azul lavanda y blanco se inclina hacia delante y se ciñe el manto a la cabeza como si fuera el velo de una monja consagrada. En su acción, muestra y encuadra sus pechos secos en sombra, haciendo así contrastar la infertilidad física con la dicha espiritual que se avecina. Frente a ella, una pareja de ánimas -una envuelta en manto rojo, la otra de verde- miran hacia arriba y dirigen sus gestos de forma enigmática hacia las escenas de la Creación pintadas por Miguel Ángel en la bóveda. En la parte superior derecha de este subgrupo, una figura masculina desnuda se dirige en diagonal hacia Cristo con un impulso que arrastra su brazo izquierdo hacia atrás a lo largo de su costado, como absorbida por la estela del avance general en esa dirección, y adelanta torpemente su pierna izquierda alzando la rodilla hasta la altura de la clavícula. Esa misma fuerza de atracción obliga a otras tres ánimas más -vestidas de rojo y azul lavanda y situadas debajo de la anterior, ligeramente a la izquierda- a adoptar también posturas poco elegantes.

Las mujeres de la hilera inferior, aunque en poses un tanto forzadas, parecen más ligadas entre sí que las figuras de encima. Este subgrupo queda encuadrado por dos mujeres maduras sentadas y semidesnudas, tocadas con una especie de turbantes y con las piernas envueltas en mantos dorados o verdes. La torsión de sus cuerpos es bien distinta, aunque ambas miran hacia el centro y extienden de manera semejante la palma de su mano abierta hacia arriba, como si estuvieran hablando. Entre ellas, otra mujer semidesnuda, con largas trenzas enrolladas sobre la cabeza, se asoma hasta tocar apenas un dedo de las manos que se alzan desde abajo y, a la vez, aplasta contra una nube a un ánima con una capucha roja y parduzca. Frente a la de las trenzas, otra mujer desnuda con gorro azul se apoya de puntillas en una nube, inclina su torso hacia adelante en horizontal y, en tan forzada postura, vuelve la cabeza como para trabar conversación con la mujer de verde; al mismo tiempo, sus piernas abiertas como un compás apuntan a una pareja de mujeres sentadas en el tercer subgrupo, debajo de ella.

Eclesia 02En este nivel las mujeres, sobre todo las sedentes, se nos presentan más grandes, musculosas y afectuosamente interconectadas que hasta ahora. Una de las dos figuras sentadas, de hombros desnudos, parcialmente envuelta en un manto verde lima y azul lavanda y tocada con un gorro azul cruzado por una cinta y una banda dorada, viene a ser una variante de la sibila Líbica pintada por Miguel Ángel en el techo; la otra, con las piernas y la cabeza parcialmente oscurecida vestidas de azul, recuerda en cambio a la sibila Cumana. Ambas giran sus torsos en direcciones opuestas hacia las mujeres que están detrás de ellas; dos de estas mujeres, a su vez, se inclinan hacia delante para tomar dulcemente el brazo de la “Líbica”, mientras otra -una variante vestida del desnudo con gorro azul justo encima de ella- lo hace casi en horizontal, mirando hacia el espectador, hasta rodear afectuosamente con su brazo el cuello de la “Cumana”.

Eclesia 01El grupo remata en un subgrupo final. Una mujer de tamaño excepcional, joven, poderosa, resuelta y vestida de verde, con una banda azul subrayando sus pechos macizos, dirige su mirada en adoración a Cristo y la Virgen mientras descansa su mano izquierda sobre la cintura de otra que se abraza a sus muslos. Aunque no tiene precedente en la tradición artística, parece tratarse, como se ha apuntado a menudo, de un símbolo de Ecclesia, es decir, la Iglesia Militante y, por tanto, un sustituto de la propia Virgen. Resulta entonces apropiado que su pelo y su cinta blanca formen una suerte de aura o halo de santidad; que sus pechos firmes, realzados por el azul celeste, y sus muslos anchos, revestidos del verde de la fecundidad y la esperanza, expresen su potencial de regeneración espiritual; que su gesto, en suma, sea de consuelo y protección.

La suplicante, vestida del color blanco de la fe y rojo de la caridad, afectuosa y genuflexa -en la misma actitud ritual de obediencia que suelen adoptar los fieles ante la Eucaristía-, trae a la mente, a su vez, con esa misma propiedad aquello que es responsabilidad del individuo para su salvación: la fe, las obras, el amor, la humildad y la devoción a la Eucaristía.

Todo este grupo en particular se va transformando a medida que el espectador sigue a las figuras de izquierda a derecha y desde el fondo hacia delante. La vejez se hace juventud, lo pequeño grande y lo carente de articulación se vuelve articulado. También puede observarse una evolución desde la dependencia a la autonomía, desde el aislamiento a la comunidad y desde el desconcierto hacia el amor; todo ello in crescendo hasta la figura de “Ecclesia” y concentrado en Cristo. El movimiento de izquierda a derecha sostiene el movimiento transversal y descendente de la banda entera. La evolución desde el fondo al primer plano expresa, en términos de perfección corporal creciente, el proceso hacia la visión beatífica en el que la Iglesia actúa como instancia mediadora.

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