Profetas y Sibilas
Debajo del falso arquitrabe, en grandes tronos destacados por las pilastras, Profetas y Sibilas se alternan regularmente, cinco a cada lado en los lados más largos, mientras que los lados cortos llevan una sola figura de Profeta. Bajo los tronos, las inscripciones con los nombres. A partir de la pared del fondo y procediendo hacia la derecha: Jonás, en potente movimiento de rotación ante la aparición de Dios; la Sibila Líbica, volviéndose con su talle ondulado hacia las grandes alas del libro abierto; Daniel, joven imberbe, inclinado transcribe cuanto lee de un gran volumen; la Sibila Cumana, vieja lozana, sumida en la meditación; Isaías; como sorprendido en un momento de suspensión mientras vuelve el noble rostro fatigado; la Sibila Délfica, de límpidos ojos muy abiertos que escrutan el vacío; Zacarías, viejo sereno, barbado, examina atento las páginas de un libro; Joel, con un rostro maduro, como excavado por las vigilias; la Sibila Eritrea, en actitud de abrir, con juvenil serenidad, un gran volumen; Ezequiel viejo con turbante que observa como obsesionado a un joven a su derecha; la Sibila Pérsica, inmersa en la lectura, su rostro decrépito está puesto audazmente a contraluz; Jeremías, encerrado en dolorosos pensamientos, el mentón barbado apoyado sobre su mano. Cada figura está acompañada de uno o más amorcillos que a veces participan directamente en la acción y más a menudo están presentes sólo como testigos mudos del acto profético.
Aun en la variedad de las actitudes, toda la serie asume la única función de testimoniar la continua espera de la Redención por parte de la Humanidad; los Profetas y Sibilas son videntes, es decir representan aquella parte de la humanidad que cree en el Mesías futuro, y trasmite la esperanza de su llegada. Nótese que, mientras los Profetas anunciaron efectivamente la llegada del Mesías al pueblo elegido, las Sibilas pertenecen al mundo pagano, y el paralelismo es por lo tanto sólo externo, ligado a sus dotes de adivinas; pero es evidente que, para la espiritualidad de Miguel Ángel, la espera de la Redención no es ni puede ser exclusiva de un pueblo, sino que abarca a la humanidad entera.